

A finales de los años 50 los parques naturales de los Estados Unidos, las montañas de California especialmente, sirvieron de refugio para los primeros caminantes hastiados de las ciudades, solitarios hipnotizados por el resplandor que prometían las quietudes orientales. En Los vagabundos del Dharma, la novela con acento budista de Jack Kerouac, el protagonista pasa tres meses como guardia forestal voluntario instalado en una atalaya con vista a los picos tibetanos. Frío, soledad iluminada y visiones lunares en el Monte Desolación. La marihuana hace de incienso inofensivo y rutinario. “Noches negras con señales de osos: allí abajo, en el agujero para la basura, las oxidadas latas de leche agria solidificada y evaporada, mordidas y destrozadas por poderosas garras…”
Cincuenta años más tarde, los guardias de las reservas forestales en California han cambiado sus santos harapos por un rifle automático. El Estado de la costa oeste se ha convertido en el mayor cultivador de marihuana de los Estados Unidos, que a su vez ha logrado el primer puesto entre los países productores del humeante cogollo. Los guardias de la generación beat repetían sus mantras a las flores de loto, mientras los guardias actuales, instruidos por la DEA, repiten una verdad tan vieja como la risa aromática que produce la cannabis: “Creo que los sembrados continuarán aumentando, expandiéndose hacia el Este a lo largo del país y hacia el norte en dirección a la frontera con Canadá”.
Los pequeños condados cercanos a las reservas forestales, rodeados por millones de matas de cáñamo, siguen siendo un bastión prohibicionista. Sus habitantes comparten todavía la visión religiosa y paranoica de los jefes de policía de los años cincuenta, que atribuían a la ganja poderes satánicos que adormecían la voluntad, despertaban la sed de sangre y pervertían hasta las certezas anatómicas, convirtiendo a los hombres consumidores en engendros con siluetas femeninas. El regente del pequeño condado de Lakeport, con 5.100 habitantes y un enorme solar cultivado de hierba, es enfático como un capellán: “No se permitirá ningún tipo de cultivo de marihuana. No nos importa si tiene permiso médico. No lo cultivarán en la ciudad de Lakeport, al aire libre o de puertas para adentro. La mejor manera de entender nuestra ley es la expresión: ¿Qué parte de NO fue la que no entendiste?”
En estos días el fuego purificador en California bien pudo dar una alegría a los puritanos y arrasar con las 15 millones de matas de marihuana en sus montañas; pero el caprichoso viento decidió embestir contra los bambúes y las orquídeas de las mansiones inflamables en la otra orilla. Atendiendo el viejo ruego de los poetas alucinados, guardando el humo venerable para mejores ocasiones y esparciendo un velo suntuoso, una nube blanca saliendo de miles de casas con chimeneas.