
El amor de un príncipe azul viene siempre en dosis moderadas. El ardor se cambia por la sencilla presencia, a cambio de la pasión se reciben las palabras corteses y no se exige fidelidad sino consideración. Bill Clinton se ha convertido en un novio soñado para Colombia, una promesa para abandonar a nuestro cónyuge plebeyo que amenaza con acompañarnos por más de una década. Y entendemos la conferencia o el homenaje de cada 2 años como una muestra de amor correspondido.
Su relación con nuestro país no comenzó con los 3.000 millones de dólares del Plan Colombia y el abrazo paternal con Andrés Pastrana en agosto del 2000 en Cartagena. Clinton llegó por vías más poéticas. García Márquez fue su primer admirador, y en este país de calentanos fáciles de deslumbrar no está nada mal comenzar por el más ilustre: “Lo primero que llama la atención de William Jefferson Clinton es su estatura. Lo segundo es un poder de seducción que infunde desde el primer saludo una confianza de viejo conocido. Lo tercero es el fulgor de su inteligencia, que permite hablarle de cualquier asunto, por espinoso que sea, siempre que se le sepa plantear. Sin embargo, alguien que no lo quiere me previno: lo peligroso de esas virtudes es que Clinton las usa para que crean que nada le interesa tanto como lo que uno le dice.”
Y si Clinton convenció a García Márquez, sin importar que su atención fuera un engaño o un prodigio, qué podrá decirse de los súbditos corrientes de un país con remordimientos. Es el preferido de las palenqueras y el sueño de las ejecutivas cosmopolitas, inspira a los cocheros de Cartagena y dicta cátedra en los auditorios de postín, hace suspirar a las Ministras de relaciones exteriores y a los concejales de María la baja. Y logra que los niños vallenatos se codeen con U2 e intenta mejorar los indicadores africanos del Chocó. Además le recibe las llamadas a Shakira y habla de la huerta de cebolla junca con las mamás de los niños barranquilleros del colegio soñado en el barrio La Playa. Si así hubiesen sido los virreyes no nos habríamos metido en guerras de independencia. Sería un encantador Bill V. Adornado por un corazón blando luego de 4 by pass y un aire desvalido por sus alergias de hombre del norte.


María Emma Mejía que lo conoció siendo Canciller de un Presidente sin visa americana, dice que el saludo protocolario y el almuerzo en una mesa con 160 invitados fueron suficientes para reconocer un carisma extraño: “cautiva con su palabra, con su estatura, con su presencia”. Le dirán a la Ex-Ministra que un funcionario colombiano queda prendado de cualquier superintendente gringo. Pero Cheire Blair, la esposa de Tony Blair, puede salir en su defensa: “es un hombre con un carisma tremendo, capaz de hipnotizar a cualquier persona que tenga delante y darle la impresión de que está totalmente interesado en ella y en lo que dice”. Una década después Maria Emma volvió a ver a Clinton en su papel de hombre dedicado al mundo de la filantropía y el Ex-Presidente demostró que la memoria es otro de sus atractivos. La saludó como si apenas hubiera pasado un mes luego del último encuentro.
En la reciente visita Maria Emma lo pudo ver en acción en el colegio Pies Descalzos, me dice que Clinton no sólo sabe entregar la mano con firmeza, mirar a los ojos y palmotear a los niños: “sabe elegir las preguntas adecuadas para cada interlocutor, estudia el entorno, se familiariza con el sitio que viene a visitar…Es cálido, demuestra un interés real por lo que ve. Uno quisiera abrazarlo pero solo los niños se atreven.” Me acuerdo con malicia de la desvalida becaria de la Casa Blanca. Le digo que de los encantos de Obama se dice más o menos lo mismo y Maria Emma me responde en defensa del Ex: “No le llega ni cerquita. Una cosa es ser elocuente con el telepronter y otra cosa es cautivar con la inteligencia”. Por televisión lo veo despedirse con una reverencia de las señoras que reciben su apoyo para una empresa de hierbas menores en el Chocó, creo que ha copiado algunas maneras delicadas del Dalai Lama. Es un rompe corazones consumado y multicultural.
Pero Colombia tiene competencia de sobra como pretendiente del tercer mundo. Clinton es un político promiscuo si la palabra se puede usar como un elogio para un hombre interesado en buscar auditorios en los cinco continentes. Su vida comenzó con los apuros que adornan las biografías. Dicen que William Jefferson fue un niño hiperactivo. Ensimismado, distraído, insolente por culpa de un extraño impulso individual que convierte a los niños en muñecos de cuerda con dos vueltas de más sobre su mecanismo. Es seguro que el trastorno no resultó incurable.


Poco a poco el pequeño hosco se transformó en un adolescente tentador, persuasivo según sus maestras e insinuante según sus compañeras. “Estuve en salones donde todas las chicas a las que saludaba quedaban con las mejillas encendidas, repentinamente conquistadas”, recuerda uno de sus escuderos en los años de colegio en Arkansas.
Era lógico entonces que un hombre con el aura de los grandes ajedrecistas y la sonrisa de los galanes se dedicara a la desmesurada seducción de la política. Cuando a los 17 años estrechó la mano del presidente Kennedy sintió que recibía el testimonio en una carrera de relevos, era uno más de los tocados por el extraño Dios de la simpatía universal. La llamita de la hiperactividad lo alumbraba desde adentro y la prensa se dedicó a adornarlo con adjetivos: hechicero, cautivador, atrayente, magnético.
Y nadie podrá decir que Clinton fue simplemente la estrella de una coyuntura política con mayorías demócratas, un hombre que jugaba de local y sabía agitar a su público. Clinton tiene trofeos en todos los predios, incluso sus mayores enemigos políticos se han rendido a sus encantos y le han regalado guiños dudosos e inesperados. Fidel Castro dijo alguna vez en un discurso en la ciudad de Pinar del Río que admiraba su “sensibilidad y su sagacidad intelectual”; al comienzo pareció una vieja ironía pero todo se confirmó un tiempo después con un nervioso apretón de manos en la sede de la ONU en Nueva York. Los fotógrafos parpadearon y tuvimos que “ver” el saludo por medio de los comunicados oficiales de EE.UU y Cuba. Hacía 40 años los presidentes de la potencia del norte y la isla rebelde no se entregaban un saludo. Dicen que Castro no resistió la coincidencial cercanía en un pasillo y se lanzó a mirar de cerca y a envidiar de buena gana los encantos que él mismo detentó en los viejos tiempos.
También George W. Bush le prodigó un elogio durante la inauguración de su biblioteca personal en Little Rock, un piropo tonto como es lógico. Bush logró olvidar que Clinton ha dicho que su único enemigo es la derecha fundamentalista y alabó el “increíble poder de persuasión” de su antecesor. Para terminar soltó la agudeza del día: “Si Clinton hubiera sido el Titanic, el iceberg se hubiera hundido.”
Pero los verdaderos triunfos del hijo ilustre de Hope, un pequeño pueblo de Arkansas con un nombre perfecto para las campañas políticas, son al aire libre, de cara a las multitudes, en el cuerpo a cuerpo de jovialidad que impone el proselitismo de todos los tiempos. “Más que un presidente, parece el alcalde de todos y cada uno de los pueblos que pisa. O el director del instituto, haciendo méritos para su reelección. O el jefe de policía o de bomberos, si es necesario. Clinton es un minimalista de la gran política”, dice un periodista infiltrado por años en sus correrías.
No hay ciudad que se resista. En Berlín, una de las primeras capitales donde lanzó su libro My Life, los lectores hicieron filas eternas en busca de un autógrafo, una foto y la obligatoria imposición de manos. “El libro será para más tarde, por ahora solo quiero tocar su mano”, dijo una de las mujeres que rodeaba el edificio de la librería.


En su segunda visita a Hanoi, ya como ex-presidente, una larga estela de motos siguió su comitiva como abejas atraídas por la reina de la colmena. Los diarios vietnamitas se llenaron de anécdotas con desmayos y arrebatos adolescentes: “Te amo, gritó un joven intentando buscar su atención tras el tesoro de una firma”. En Ghana su visita tuvo el ambiente de las multitudinarias misas campales. Fue el primer presidente gringo en visitar al África negra. La ciudad de Accra estaba empapelada con sus afiches, su nombre invadió las canciones populares en la radio local, las mujeres lucían faldas anchas con la cara de Clinton enmarcado por un arco iris. Pocos días después de su partida llegó la lluvia luego de una larga sequía: las plegarias y el santo habían cumplido.
Tal vez solo Juan Pablo II despertó iguales fervores entre los recientes profetas. Pero Clinton tiene los encantos del pecador, del marido que logra ser delicado hasta en la infidelidad. En sus memorias el propio Clinton reconoció al Papa Wojtyla como un difícil competidor en la tarea de provocar dóciles mareas humanas: “me dio una lección de política con una soberbia entrada teatral en una catedral estadounidense, rodeado de monjas que gritaban como adolescentes en un concierto de rock. Meneé la cabeza y comenté: ‘Me horrorizaría tener que presentarme a unas elecciones contra él’”.

Luego de su presidencia, comandando una fundación que lucha contra el Sida, la desigualdad y el calentamiento global mientras los millonarios del mundo luchan por entregarle algunos millones de dólares, Clinton se ha convertido en una especie de misionero universal, una versión de la madre Teresa de Calcuta con la plata de Bill Gates, el coeficiente intelectual de Stephen Hawking y el encanto cinematográfico de Tom Cruise.
Algunos dirán que 5 visitas a nuestro país no son suficientes para que los taxistas de Cartagena lo postulen a gritos para presidente de Colombia, ni para que le regalen hamacas de San Jacinto y lo inunden de sombreros y le amarren las manos con manillas tricolores cada que llega. Pero hay que reconocer que Clinton ha hecho sacrificios por Colombia: hace poco recibió en Nueva York el premio Colombia es Pasión, un galardón hecho a la medida de cantantes y toreros, y dijo que aceptaba el puesto de Ministro de Turismo en el gabinete de Álvaro Uribe. No cualquiera acepta ser colega de Andrés Uriel.

Pero Clinton es hombre humilde y sus palabras lo confirman: “rara vez voy a un país donde el presidente es más popular que yo, pero vine a Colombia precisamente porque el presidente es más popular y eso demuestra que la gente cree en el futuro y no se lamente del pasado”. En Cartagena han comenzado a cambiar los índices de popularidad. Clinton barre a Uribe en el Nelson Mandela. Es lógico, tiene sus oficinas en Harlem y Tony Morrison, la premio Nobel de literatura, dijo alguna vez que fue el primer presidente negro de Estados Unidos. Además, toca el saxofón mientras el nuestro ni siquiera rasga un tiple. Y no aplaza los gusticos ni el mismísimo salón de crisis.