

Viví en Bogotá en los tiempos de la aparición política de Antanas Mockus. Me tocaron los primeros entusiasmos por un candidato extraño: dubitativo en sus respuestas, sincero hasta causar risa, original respecto a sus propósitos. Hice parte de los jóvenes hipnotizados ante su discurso y sus maneras. Fue emocionante. Creí en la política y en el liderazgo ejercido desde un palacio de gobierno; cosa que no es fácil de inspirar, mucho menos en los jóvenes que tienen a los edificios públicos como blanco para una indignación “programada” cada diez años.
Luego, ya con ciertas vacunas de escepticismo, me sumé a la ola verde como una posibilidad de superar ocho años de énfasis en el odio, las obsesiones ideológicas y los acuerdos burocráticos. Unos amigos apolíticos, de los que no tienen en su diccionario ni la sigla JAL ni la palabra umbral, me convencieron de poner unos pesos para imprimir unos afiches desteñidos con un vamos por el candidato verde. Pegué uno en la ventana de mi casa. De nada sirvió: me llamaban a preguntar si estábamos vendiendo el apartamento, se leía “Vende” donde decía “Verde”. Todo terminó como ya sabemos.
Ahora Mockus está de nuevo en las encuestas y más que entusiasmo me surge un interrogante sobre sus motivaciones. De algún modo su renuncia al Partido Verde fue una ruptura de lealtades personales y partidistas. Hacía apenas unos meses había terminado una campaña donde Peñalosa, Garzón y Fajardo se jugaron a fondo con el estilo y el liderazgo de Antanas: cantaron sus estribillos, hicieron sus experimentos lúdicos y se tragaron el sapo de algunos visionarios radicales. Esa pequeña iglesia mockusiana que tiene sede en Quinta Paredes. Sin embargo su decisión fue mas que respetable. Si un político no quiere participar en una campaña por alergia a algunos los apoyos que considera indeseables, tiene todo el derecho a bajarse de la tarima.
Al momento de salir del partido Mockus dijo estar de luto: “En estas circunstancias, lo primero es conservar al máximo la lealtad. Esta fue una experiencia única. Es una lealtad no tanto a las personas como a las construcciones colectivas, las organizaciones (...) por lo pronto, tenemos que hacer un duelo, algo doloroso ha ocurrido hoy y es deber nuestro procesar internamente pera no abordarlo con sentimientos equivocados”. Pero la política no da tregua y el duelo fue muy corto. Ahora Mockus luce el penacho de la ASI y su lealtad parece responder a un propósito muy claro: evitar el triunfo de Enrique Peñalosa en las elecciones de octubre próximo. Es triste que el candidato que siempre representó las propuestas en positivo, que el individualista a ultranza y el hombre que siempre jugaba bola a bola y nunca a tres bandas, termine haciendo política con miras en la derrota ajena.
Es difícil negarlo. La alianza con Gustavo Petro parece simple cuestión de tiempo. En la campaña presidencial, Mockus usó una expresión para revelar los acercamientos con Petro: “juntos pero no revueltos”. La política da vueltas y revueltas. Según un senador de la ASI, se habló de esa alianza desde antes que Antanas recibiera el aval del partido. Parece muy difícil que Mockus esté por encima de Petro en las posibilidades de triunfo, llegó para ser su “fórmula” y castigar al partido Verde por su unión con la U. Las frustraciones personales y el odio siguen siendo el motor de la política. Incluso de la política con aura inmaculada.