martes, 14 de febrero de 2012

Enfermedad vaticana





Tal vez sea imposible encontrar a alguien más burdo a la hora de los prejuicios sexuales que Álvaro González Alzate. Su ignorancia y sus pesadillas sirvieron para alimentar la risa y la rabia durante una semana. Lo suyo es la caricatura involuntaria, el desparpajo de un contertulio de cafeterías en la orilla del fútbol aficionado. Pero hay hombres con majestades que pueden ir un paso más allá. Han aparecido las declaraciones de los Monseñores y uno se da cuenta que hay personajes más cínicos y más perversos que el presidente de la Difútbol. Porque una cosa son los disparates de lesa estupidez, y otra los sermones en causa propia que buscan discriminar y al mismo tiempo exculpar los delitos de miles de sacerdotes.
El Vaticano acaba de reconocer las culpas de su rebaño en 4000 casos de pederastia que las víctimas se atrevieron a denunciar en los últimos 10 años. Y reconoció también que intentó tapar bajo el velo oscuro de la confesión lo que eran delitos graves. Siempre han preferido llamar pecadores a los violadores con sotana. El largo escándalo de abusos por parte de sacerdotes y laicos vinculados a la iglesia debería suscitar un necesario Mea Culpa: no estaría mal que la jerarquía católica se impusiera un silencio (y un cilicio), una especie de inhabilidad para hacer recomendaciones públicas respecto a temas de orientación y derechos sexuales. Que intenten expiar sus pecados en los claustros, los colegios y las iglesias antes de pontificar y rezar por una sociedad que consideran mundana. Es difícil buscar la santidad con los retorcimientos de El Bosco como telón a la espalda.
Hace unos meses Monseñor Juan Vicente Córdoba dijo, respecto de la adopción de dos niños colombianos por parte de un homosexual gringo, que eso era tan peligroso como poner a diabético a vivir en una dulcería. Una muestra de que las obsesiones sexuales de los sacerdotes han llegado muy lejos y necesitan tratamiento. Ellos mismo lo saben y eso se les aplaude: el reconocimiento de los 4000 casos de pederastia se da en el marco de un simposio en la Pontificia Universidad Gregoriana llamado “Hacia la curación y la renovación”.
Pero Monseñor Córdoba no ha sido el único. Hace unos días le siguió los malos pasos Monseñor Rubén Salazar, Presidente de la Conferencia episcopal colombiana. Sus declaraciones iban en contra de las clases en colegios bogotanos que intentan mostrar la diversidad sexual como algo natural que no debe generar asco ni rechazo. La idea es tan simple como que los homosexuales no deben ser crucificados. Hace unos años dos adolescentes lesbianas en Manizales fueron señaladas por la rectora y chifladas por todo el colegio en una especie de sacramento de crueldad. A Monseñor Salazar le parece que erradicar los prejuicios y alejar el miedo puede “inculcar” valores malsanos en los jóvenes. Según su cátedra la homosexualidad no es contagiosa pero su práctica se alienta al levantar los estigmas que le ha colgado la sociedad.
Y sin embargo uno debe condolerse de los sacerdotes y su fragilidad. Ellos son víctimas de un mundo perverso que los incita al pecado. Le preguntan a Monseñor sobre la dificultad de los hombres de sotana para mantenerse castos y dice que no es fácil, que antes se respiraba un ambiente más sano y que la sociedad de hoy los “incita al sexo”. El mundo “erotizado” enferma a los curas. Solo falta que no solo haya que perdonarlos sino pedirles perdón. Definitivamente prefiero tomar gaseosa con González Alzate que comulgar con Monseñor Salazar.

9 comentarios:

Pascual Gaviria dijo...

Abuso detrás de dos cruces

Una historia tremenda de abuso en el liceo Concejo de Medellín

Pascual Gaviria dijo...

Cada respuesta trae su perla negra

Entrevista Monseñor Salazar

Pascual Gaviria dijo...

Una columna vieja sobre López Trujillo, uno que no solo era malo sino que lo parecía

Pascual Gaviria dijo...

Sobre las clases de educacion sexual en Bogotá.

No estamos enseñando el Kamasutra

Daniel dijo...

Hablando de la sacrosanta institución, y en un aniversario del nacimiento de Galileo

Texto que en 1633 tuvo que leer Galileo Galilei ante el Tribunal de la Santa Inquisción por haber sostenido la idea de que la tierra se mueve y no es el centro del Universo:

Yo, Galileo Galilei, hijo del difunto florentino Vincenzo Galilei, de setenta años de edad, compareciendo personalmente en el juicio y arrodillado ante Vosotros, Eminentísimos y Reverendísimos Cardenales, Inquisidores generales contra la perversidad herética en toda la República Cristiana, teniendo ante mis ojos los Sacrosantos Evangelios que toco con mis propias manos, juro que siempre he creído, creo ahora y con la ayuda de Dios creeré en el futuro, todo aquello que considera, predica y enseña la Santa, Católica y Apostólica Iglesia. Mas como por este Santo Oficio, tras haber sido jurídicamente intimado mediante precepto a que de cualquier modo debía abandonar totalmente la falsa opinión de que el Sol es el centro del Universo y que no se mueve, y que la Tierra no es el centro del Universo y que se mueve, y que no podía sostener, defender ni enseñar en modo alguno, ni de palabra ni por escrito, la mencionada falsa doctrina, y después de haberme sido notificado que la citada doctrina es contraria a las Sagradas Escrituras, por haber yo escrito y publicado un libro en el cual trato de dicha doctrina y aporto razones muy eficaces en favor suyo sin aportar solución alguna, he sido juzgado vehementemente como sospechoso de herejía, esto es, de haber creído y sostenido que el Sol es el centro del Universo y que es inmóvil, y que la Tierra no es el centro y que se mueve. Por ello, queriendo apartar de la mente de Vuestras Eminencias y de todo fiel cristiano esta vehemente sospecha, justamente concebida a propósito mío, con sinceridad de corazón y no fingida fe abjuro, maldigo y aborrezco los mencionados errores y herejías, y en general cualquier otro error, herejía o secta contraria a la Santa Iglesia; y juro que en el futuro no oiré nunca más ni afirmaré, por escrito o de palabra, cosas por las cuales pueda ser objeto de semejantes sospechas; y si conociera algún hereje o alguno que fuera sospechoso de herejía lo denunciaré a este Santo Oficio, o ante el Inquisidor u Ordinario del lugar donde me halle.

Juro también y prometo cumplir y observar enteramente todas las penitencias que me han sido o me serán impuestas por este Santo Oficio, y si contravengo alguna de estas promesas y juramentos, cosa que no quiera Dios, me someto a todas las penas y castigos que los sagrados cánones y otras constituciones generales y particulares imponen y promulgan contra semejantes delitos. Que Dios me ayude, y estos sus Santos Evangelios que toco con mis propias manos.

Yo, Galileo Galilei, he abjurado, jurado, prometido y me he obligado del modo que figura más arriba. En testimonio de la verdad he escrito la presente cédula de abjuración y la he recitado palabra por palabra en Roma, en el convento de Minerva, este 22 de junio de 1633.

Yo, Galileo Galilei, he abjurado y firmado con mi puño y letra.

Daniel dijo...

Pascual, tremenda la denucia del Concejo

Saber que todos en el colegio tomaban a "el mono" (este era su alias) como un santico.

Tachado dijo...

Oh oh oh, no lo he leído todo pero me gusta, la sorna borgia en enlace.

Mauro Vélez dijo...

Hombre tachado, están hablando de os curas, de esos que vivían por la circular primera de la universidad de la bolivariana. No confundas. Pero esa pederastia era sana, y otras eran sarna.
Muy bien escrito Pascual, por eso te admiro.

Anónimo dijo...

Oiga Pascual, ¿Quién es el más chistoso para usted en La Luciérnaga? ¿Quién es el que más lo hace reir?