miércoles, 10 de octubre de 2012

El imbatible






 

Hugo Chávez es sobre todo un acertijo electoral. Desde su primera aparición pública luego del fallido golpe de 1992, cuando en un minuto se rindió y dejó rendida a la audiencia, sus palabras y sus actos señalaron una figura prometedora. El mismo Rafael Caldera, presidente a quien sucedió en el poder, recuerda con entusiasmo la figura del golpista y su estreno: “Debo confesar que el 4 de Febrero, Chávez me causó una excelente impresión, como se la causó a todo el mundo. Aquellos segundos que usó Chávez en la televisión presentaron a un hombre equilibrado, sensato. Dijo sus palabras bastante bien dichas, de manera que se graduó como un artista de televisión, indudablemente”. Alguna vez dijo su jefe de comunicaciones que a Chávez como a Madonna le gustaba salir ante los medios.

Pero vendría la cárcel y ese minuto resultó cortó y lejano para que la gente lo recordara 4 años más tarde, cuando despuntaba su primera campaña. Según la biografía escrita por Cristina Marcano y Alberto Barrera, 2 años antes de la elección de 1998 Chávez era el candidato indeseado: los periodistas se escondían de sus retahílas y la gente lo recordaba como una anécdota vieja. Tenía apenas el 7% de intención de voto y todo el mundo estaba pendiente de la sonrisa de Irene Sáez, la reina que lideraba las encuestas. El ex coronel hacía campaña como un renegado: recorriendo el país en una camioneta, parando cuando le hacía falta un pastel, una gaseosa y un Belmont. No tenía nada: ni partido, ni trabajo…ni siquiera boina.

Chávez comenzó a crecer con su retórica encendida en medio de las protestas contra el bipartidismo de Copei y Alianza Democrática. Otro de sus célebres discursos se da sobre el techo de un carro en medio de una manifestación al frente del Congreso. Comienzan a arder las banderas del imperio. Su grupo es una mezcla de militarismo y marxismo radical que no está del todo convencido de seguir la vía electoral. Cuando deciden que los votos son el camino firman su primera consigna: “Por la Asamblea Constituyente, Contra la corrupción, Por la defensa de las prestaciones sociales, Por el aumento general de sueldos y salarios. Gobierno bolivariano ahora”.

Ahora y siempre, habría que decir. Porque Chávez ha dejado de ser un simple candidato con canciones y consignas pegajosas para ser el líder de un partido que representa al Estado con las reservas de petróleo más grandes del planeta. A la hora de las elecciones Chávez puede decir tranquilamente el Estado soy yo. Ahí está su manto rojo, rojito, representado en sus 13.679 comandos de campaña, en sus funcionarios públicos comprometidos o amedrentados que no solo votan sino que consiguen 10 votos más, como en las sencillas pirámides o en las iglesias más primitivas de los barrios. En Venezuela ya no es válido hablar de clientelismo, las clientelas son traicioneras y oportunistas, allá hay una militancia mucho más cercana al orden de los cuarteles. Y la oposición tiene su cuota de responsabilidad. Durante años jugó a la lógica del triunfo por la vía de la conspiración e hizo fácil para Chávez justificar el blindaje de todos los poderes: el ejército, PDVSA, los órganos electorales, los medios de comunicación.

Luego de todo lo que ha pasado durante 14 años, Chávez obtuvo apenas un punto menos del 56.2% que marcó su primer triunfo en 1998. Su cifra mágica sigue intacta. El mito crece y el fervor se mantiene. Mover al 20% que no vota no parece posible, robarle algo a su 55% garantizado por vía oficial es un sueño del que recién despierta Venezuela. Chávez perderá, cuando no esté.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Venezuela se merece a Hugo Chavez, porque el Capriles ese es de las familias ricas que se han apropiado de todo.
Lo horrible de Chavez es su antiemperalismo yanqui, no tiene cerebro con alfileres cognitivos.