A comienzos de este año, unos meses después de las matanzas en la escuela
de Newtown y en un teatro de Colorado, Estados Unidos volvió a discutir sobre
el peligro que pueden significar las películas violentas. Es más fácil ponerse
de acuerdo sobre el uso de las armas de utilería que sobre el plomo duro y
cierto. El Vicepresidente Joe Biden habló con representantes de las industrias
del cine, la televisión y los videojuegos, y anunció estudios para identificar
una posible relación entre los disparos en las pantallas y la violencia real.
El terreno estaba bien abonado para recibir al genio de los chorros de sangre
como un efecto cómico. Se abrió el telón rojo de la nueva película de Tarantino
y vino una pequeña y vieja polémica.
Pronto, en manos de los críticos y los cineastas, la discusión pasó de
los posibles desequilibrios mentales de los adolescentes y su percepción sobre
ficción y realidad, a un debate acerca de los imaginarios y la representación
de la historia nacional. Spike Lee salió a criticar la banalización de una
historia que tenía que ver con su pasado familiar. Django desencadenado, la película de Tarantino, trataba con demasiada
sorna, con risas macabras, con chistes de vaqueros el tema de la esclavitud: “La
esclavitud en Estados Unidos no fue un spaghetti western de Sergio Leone,
fue un Holocausto. Mis antepasados son esclavos. Fueron robados de África. Les
honraré”, dijo Lee al negarse a pasar por el torniquete de la película. Los gringos que todo lo miden
dicen que buena parte del éxito taquillero se debió a la respuesta de los
espectadores negros: cerca del 40% de público podría repetir la historia
familiar de Spike Lee.
"Es un western, no me jodan", fue la
última respuesta de un Tarantino ya exasperado por palabras como repercusiones,
memoria, frivolidad…
En Colombia, guardadas todas las proporciones, llevamos un mes con una
discusión similar. De un lado se dice que una historia reciente y terrible, que
involucra el dolor de miles de colombianos, ha sido tratada sin contexto y en
clave de telenovela. Se cuestiona que la ficción con un espinazo de realidad
sirva para que el público masivo de la televisión se haga una idea sesgada y
banal de los dramas nacionales. De otro lado se hace una defensa tímida de la
libertad de expresión y se intenta explicar que Julián Román es mucho mejor
persona que Carlos Castaño. Nadie en RCN tiene el valor de decir, “es una serie
colombiana, casi una novela, no me jodan”.
Seguimos pensando en el público de televisión como un menor de edad sin
posibilidades de una mirada burlona y crítica. Si los Tres Caínes fuera un libro de Gustavo Bolívar no habría polémica.
Pero la televisión se ha proclamado como una especie de manual de historia para
el ciudadano raso; entonces el cuidado debe ser mayor porque podemos estrenar
de una manera equivocada el criterio y el cerebro de muchos compatriotas. No
hablo de censura pero veo una intención de tutelaje en muchos de los críticos
de la serie. En un país lleno de víctimas que se han hecho una idea de los
asesinos en carne propia, con proyectos valientes y valiosos como el de Verdad
Abierta, con casas de la memoria y cientos de libros y estudios sobre la violencia
tenemos ser capaces de soportar una versión barata de la historia. Deberíamos
escrutar con más sospecha a los noticieros,
a la prensa, a los mismos protagonistas de nuestras guerras. Hace poco
decía Belisario Betancur en radio que Manuel Marulanda era “una realidad de sabiduría
campesina”. Nadie se alertó por esa versión tan tierna de su contemporáneo.
4 comentarios:
Pascual y además ese tufillo de indignación que se ha apoderado de todo es bastante aburridor. Me gustó mucho un trino @BobadaLiteraria: Después de #itsColombianotColumbia llega #nomás3caínes. Seguimos más preocupados por cómo nos vemos que por cómo somos.
Saludos. Muy buena la columna.
Juan F. creo que hay más emoción que inteligencia en muchas de esas peleas de indignados, una especie de adrenalina activista: "somo legión, vamos a vender a los poderosos".
Sobre Los Caínes de verdad que el artículo central de semana es vergonzoso. Un trabajo de 5 semestre de comunicación. El Antagonista los desbarato con orden y sin saña.
Carta abierta a Revista Semana
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