martes, 13 de agosto de 2013

Elegir la celda





El señor J. pidió una cita con un reconocido educador de la ciudad para que le ayudara a elegir el colegio de uno de uno de sus hijos. En ese tiempo la decisión no tenía aun el cariz  de encrucijada definitiva que hoy se le entrega. Sin embargo, el señor J. quería vencer algunas resistencias liberales antes de confiar las primeras planas de su hijo a unos curas españoles. Luego de una larga discusión que intentó calibrar la balanza de ventajas y riesgos, el rector zanjó el asunto con la sentencia más simple que pudiera imaginarse: “Métalo al colegio que le quede más cerca a la casa”. La banca más cómoda del transporte escolar terminó pesando un poco más que los escrúpulos laicos y el niño aprendió a escribir de la mano rígida de la hermana Flor María. Cosa que no impidió que su letra sea hasta hoy una recua de garabatos que se despeña por el orden de los renglones.
En Colombia muy pocos padres pueden elegir el colegio de sus hijos más allá de la oferta pública que hay en su barrio. En Antioquia, por ejemplo, cerca del 87% de los alumnos estudian en colegios oficiales. Allí más que el esfuerzo de los maestros o las inversiones en infraestructura escolar, las diferencias de calidad están marcadas por el entorno social y la capacidad y posibilidad de los padres de acompañar el aprendizaje de sus hijos. En los barrios con más conflicto es más duro aprender, y el rezago en educación de los padres termina siendo una herencia difícil de evadir.
Por su parte, los rectores de los colegios privados han tomado al vuelo la inseguridad de los padres del 13% de los alumnos que tienen como pagar y elegir. Primero han resaltado el valor de esa elección como si se tratara de dirimir entre la gloria futura o la condena de los fracasados. Para evitar remordimientos presentes y futuros los padres deciden comprar, al precio que sea necesario, una especie de ficción diferida a 15 o 20 años. Aunque las diferencias entre los primeros 30 colegios en cada una de las ciudades capitales es apenas marginal en los resultados de las pruebas Saber, los padres buscan oráculos, leen libros, llaman psicólogos y buscan créditos para encontrar la mejor de las opciones. Detrás de toda esa supuesta preocupación por la educación hay sobretodo una elección del grupo social al que se quiere pertenecer, de las futuras relaciones de los niños y las actuales relaciones de los padres. Los colegios se escogen más como un club social que como un medio para la adquisición de conocimientos. Los interrogatorios para el ingreso y los bonos de acceso lo demuestran fácilmente. También hay balotas negras para las ovejas negras.
Buena parte del matoneo actual se podría explicar por la uniformidad de los ambientes escolares. Los exigentes filtros de esos clubes con salones imponen las reglas de una disciplina implícita entre niños y adolescentes acostumbrados a un estatus y unas maneras. La diversidad es un escándalo en ambientes tan cerrados y protegidos. Los padres suelen olvidar que lo mejor del colegio estuvo siempre en la transgresión, en el rechazo al reglamento, en la conspiración de los recreos. Pero cuando todos los alumnos son iguales esa conspiración solo puede ser una tiranía más o menos predecible. Hoy se pagan millonadas para que los adolescentes salgan hablando un perfecto inglés, sin importar que hablen exactamente el mismo idioma.




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