martes, 3 de diciembre de 2013

Alborada





Luego del  estruendo, cuando apenas se disipa el humo de la pólvora, comienzan los análisis aturdidos sobre un alboroto reciente que acompaña la primera madrugada del diciembre en Medellín. Para muchos, los voladores y los tacos en las calles, la euforia que despiertan los estallidos, la niebla provocada que cubre buena parte del valle, no es más que un rito mafioso. Han encontrado una frase para señalar a los vecinos alborotadores y jugar a la sociología de fin de semana. Se trata sobre todo de dividir a la sociedad entre quienes son silenciosos, cívicos, moderados y espirituales, y sus contrapartes derrochadoras, arrogantes, con gustos primarios e impulsos violentos. Los analistas trazan la línea y, por supuesto, se ubican del lado de la superioridad moral, disfrazan de reflexión cuidada su gusto por armar bandos definidos entre el bien y el mal. Al día siguiente se levantan mal dormidos pero felices con su reproche sobre la “sociedad traqueta” en la que viven y contra la que luchan.
Pero la pólvora ha sido una constante en las celebraciones populares en Antioquia. Tomo un libro sobre Guayaquil y me encuentro los estallidos en cada una de las fiestas de la antigua plaza de mercado y estación del ferrocarril. El primer alumbrado público: “Una vez más, obispo y bendición, gobernador y discurso, banda y música, pueblo y pólvora, aguardiente y fiestas”. Fin de la guerra de los mil días: “…la pólvora de los juegos artificiales iluminó el cielo nocturno, para iniciar una bacanal de bailes, disfraces, máscaras, cabalgatas, cohetes, globos…” Si quieren un poco más de pirotecnia verbal pueden buscar los diciembres de Carrasquilla cuando “le rayamos el cielo al Niño con un lápiz de candela: “Por dondequiera se inflaman las bengalas, dispáranse chorrillos y pañueletas, arden infiernos y gargantillas, estallan casacas y petardos, y el buscapié y el triquitraque persiguen a cristianos y espiritistas. Pues es de saberse que, en tales fiestas, si los adultos derrochan en juguetes, los chicos, por más que papá vaya a prender la casa, gastan en pirotecnia cuanto consiguen en ese mes propicio. La pólvora es pasión del antioqueño. Si no es amor al humo, será señal de heroísmo; de gloria, en todo caso”. Dirán que me voy muy lejos para justificar la barbarie actual. Les dejo entonces los niños de Los días azules de Vallejo: “Nosotros, como todos los niños de Antioquia, fuimos polvoreros: hacíamos papeletas durante días y días, por gruesas, gruesas y gruesas para el veinticuatro. Así Medellín en diciembre se volvió un peligro; estaba uno tranquilo en su casa, haciendo globos o papeletas, cuando de súbito, más cerca o más lejos, sin avisar, se oía la gran explosión: había estallado una casa”. Por eso aparecieron las chazas donde se vendía pólvora en vez de juguetes chinos: “Las polvorerías propiamente dichas se convirtieron entonces en casetas de tabla ubicadas a lo largo de dos o tres cuadras, en una sola calle. Así, en vez de volar una sola, volaban todas…”
También a mí como a Vallejo “el solo olor a pólvora me expande el alma”. En mi recuerdo siempre será más importante “la granada”, el gran botín de la caja de pólvora Mariposa, que el niño dios y su aserrín. También yo compré gruesas de papeletas a polvoreros de manos muecas y cambié los banquetes del diciembre por el humo de los chorrillos. La ciudad ha elegido un nuevo día para celebrar, no solo con pólvora, también con fiesta en la calle, olla de sancocho y baile en la acera; para algunos la gente obedece al chasquido de los dedos de Don Berna y al gesto de poder de los pillos de esquina, según ellos, más de media ciudad es compinche o rehén de ese escándalo que se ha ido regando como pólvora. A palabras necias, oídos sordos.


14 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Luis Gómez dijo...
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Luis Gómez dijo...

Llegué a Medellín de un pueblo del occidente antioqueño en el 2000. Recuerdo que pocos años después, creo ese 01 de diciembre del 2003 fue una alborada muchísimo más explosiva y estruendosa que las anteriores.

El solo peligro de quemarse o amputarse con los artefactos que tan felizmente se queman en las festividades, debería bastar abstenerse por miedo.

Me tocaron 2 tomas guerrilleras en mi pueblo del occidente de Antioquia (Caicedo). Bala desde las 8:30 pm hasta una semana después; cuando los combates en la zona rural continuaban. Se escucharon explosiones mientras la guerrilla derribaba el comando de policía, y por ahí derecho también derrumbaba la iglesia que quedaba justo al lado del comando.
Luego mas explosiones de las bombas que soltaban los aviones y helicópteros, que bombardeaban la retirada de la guerrilla.
Nada mas pirotécnico que los destellos rojos de las ráfagas que salían de las aeronaves artilladas y que instantes después llegaba su sonido cual cadeneta de pólvora de tarde feliz decembrina; pero estas eran de muerte.
Para no hablar de las incursiones paramilitares que una vez descargaron sus ráfagas acribillando a dos comerciantes en pleno parque principal a la vista de los habitantes que a esa hora estaban en tabernas, discotecas y cantinas del pueblo; y que en el parque presenciaron el ajusticiamiento. Mientras en mi cama yo me preguntaba, de que serían esas explosiones, quien sería el conocido al que le estallaron eso que oí.

Me parece apenas lógico que en lugares donde se ha padecido el rigor de la guerra (o sea casi toda Colombia), de la cual un símbolo poderoso son las explosiones . A uno no le quedan ganas de escuchar explosiones de pólvora, que no evocan más que la guerra. Esperaría que después de pasar esta página del conflicto armado cuando el recuerdo de las explosiones de guerra sea lejano; sea más oportuno escuchar la pólvora en festividades. Y que estas explosiones de pólvora evoquen algo distinto a la guerra.

Pero en Medellín la cosa no es tan distinta. El arrume de muertos que han dejados los distintos conflictos (que al final son el mismo). Hace que a veces cuando se escucha la explosión de voladores, uno tenga que afinar el oído para ver si de pronto lo que se escuchó de pronto era de bala.
Desde las lomas de la comuna 8 donde vivo, se escuchan explosiones de voladores y pólvora todo el año, pero especialmente en diciembre. Pero en el transcurso del año también se escuchan las balaceras de enfrentamientos entre combos y quien sabe que mas. E imagino que hasta a los muertos después de enterrarlos los despiden con pólvora.

Pienso que cuando superemos lo suficiente nuestro derramamiento de sangre, será menos indignante el regocijo en explosiones pirotécnicas, parecidas a los cálidos recuerdos de los días azules de Vallejo.

Maravilloso para quienes las explosiones de pólvora evoca solo recuerdos de tardes felices.

Luis Gómez Roldán

EL CUERPO HABLA dijo...

No tan de acuerdo con tu artículo.
Citas a Fernando Vallejo, bueno para mí no es un buen referente, pero eso no quiere decir que para otros no pueda serlo. Sin embargo, él mismo está contra la fiesta taurina, que era también costumbre, parte de la cultura, festividad, todo eso que dices en tu artículo a favor de la pólvora, pero que por razones que todos apoyamos, debe ser pensada de una manera diferente y buscar otras maneras de celebrar. Para este caso, sería lo mismo. Hay muertos, animales maltratados, niños heridos. Ya por esa razón debería de pensarse en otras opciones. Las costumbres de una comunidad pueden cambiar hacia nuevas formas, cuando está en juego la seguridad de una comunidad. Pero por otro lado, la queja no es tanto por los juegos pirotécnicos, sino por los tacos, las balas, eso que se aleja del espíritu alegre y lo hace ver como una pesadilla paraca. Por aquí pasan muchachos tirando yo no sé que cosa, que suena horrible, que no hace más nada sino sonar como una explosión y que no genera sino miedo. Yo no sé si eso serán juegos pirotécnicos, no lo creo. También es cierto que se tiraba pólvora, pero no en esa magnitud y que yo recuerde con 51 años que tengo, las balas eran menos. Así que si siento que es un asunto no tan ingenuo, no tan festivo y yo no sé si eso me hace sentir superior, pero sí creo que con toda la bulla de esta manera de pensar nuestra tan traqueta, la cosa si se ha salido de las manos y ya no es sinónimo de alegría. Muchos perros muertos y otros animales nos hacen sentir triste. Angela María Chaverra

JuanDavidVelez dijo...

Yo sé que este blog es para gente que tira polvora en serio, no para polvoreros de domingo, de fin de semana.

Bueno, la cosa es que pregunté por chispitas mariposas por mi casa, la respuesta del señor al que le pregunté fue "ve, hoy no ha venido el mocho, que las vende". Preguntando por voladores el sobrenombre de ese comerciante hubiera sido más que adecuado.

Pascual Gaviria dijo...

Luis, entiendo su sentimiento frente a las explosiones. Por supuesto que el ruido de la pólvora puede ser molesto y además perturbador, cuando trae recuerdos duros y evoca miedos. Reconozco que en mi caso la pólvora despierta otros recuerdos y otros sentimientos. Lo mío, más que una defensa de la pólvora era una crítica al señalamiento mafioso de cualquier estallido en diciembre. Me pareció que en muchos sentidos era una definición facilista del fenómeno, además de un intento por trazar una línea rotunda entre los civilizados y los salvajes. Entiendo lo molesta que puede resultar la pólvora, o la música y los gritos de los borrachos en la madrugada, pero no me trago ese calificativo tan rápido que pone el rótulo de mafia sobre todo lo que lo incomoda. Y creo que sí hay una tradición polvorera que hace más difícil pelear contra papeletas, voladores y pilas en Antioquia, y que hace más fácil que haya aparecido un nuevo día de ruido.

Pascual Gaviria dijo...

Angela, lo primero es que una cosa es la pólvora y otra las balas al aire. Sería imposible defender los disparos al aire y creo que ahí es necesario hablar de un comportamiento delictivo y de una costumbre que sin problema podría recibir el calificativo de sicarial o mafiosa.

Yo no digo que las costumbres sean buenas de por sí, o que las prácticas sociales deban perpetuarse por el solo hecho de ser muy viejas...tampoco soy tan godo. Lo que digo es que la pólvora tiene una historia de familiaridad y goce entre muchos antioqueños, y que acompaña fiestas religiosas, deportivas, políticas, comerciales y demás. Por eso llamar cultura mafiosa la quema de pólvora me parece una ligereza. Para escribir la columna leí una entrevista con un polvorero de La Ceja; y el hombre decía, "he intentado dejar esto muchas veces, he buscado otras cosas que hacer pero uno siempre termina volviendo...Cuando uno se está olvidando llega el político y le dice, ve es que necesito una polvorita pa' una manifestación, dale, yo te ayudo...y luego aparece el cura, oiga es que necesito una pólvora pa' la procesión de...." De modo que esto no es solo una orden de los pillos y los mafiosos para que la ciudad se dedique al descontrol.

Pascual Gaviria dijo...

Juan David, un placer saber que todavía asomas tus falanges por aquí. Larga vida a esos dedos y espero actitud responsable con las chispitas. Le contaré el cuento del mocho a Risaloca.

Pascual Gaviria dijo...

Me encontré esto en un cuento de minero de Efe Gómez, esa alegría frente a los estallidos puede ser un viejo eco para algunos:

"...

Y volviéndose a Rivas:
-¿Pero no le daba miedo, niño, por Dios?
-¿Miedo? ¡Bah! -y se irguió y se levantó las guías de los bigotes.
-Esas mechas pónganlas largas -grita el patrón a los mineros. Y volviéndose a Rivas:
-¿No ve? Hacemos encender las mechas, saltamos al ascensor, damos la señal para que nos suban, y como las mechas dan suficiente, nos apeamos a la salida de la galería de El Siete al pozo, que está a unos cuarenta metros de altura, dejamos seguir el ascensor solo, y allí, bien resguardaditos, asistimos a la detonación de las minas. Es muy bonito; ¿no ve? En medio al fogonazo se ven saltar las rocas, trituradas; parece, a la explosión, que se viniera abajo todo el cerro, y el ruido va retumbando, va perdiéndose hasta extinguirse en la red de los socavones.
-¡Oh, soberbio, magnífico! -exclamó Rivas, el teniente Rivas-. ¡Ah!, el fragor de las descargas, el olor a pólvora... mi sueño... mi elemento.

..."

Pascual Gaviria dijo...


Entrevista Polvorero

Anónimo dijo...

JUKA: Los nuevos standares de calidad y seguridad en todo lo que se produce hoy por hoy se puede aplicar a los productos pirotecnicos o polvora, seria una solucion importante como fuente de trabajo y se educaria a la gente para que tuviera mas prudencia en el uso de estos, ademas se podria advertir en las etiquetas que a los mochos se les prohibe usar este tipo de productos sin la supervision de un ciego.

las pilas fueron de lo mas seguro y espectacular ver en diferentes colores hace mucho tiempo.


Unknown dijo...

A mis apenas 30 años, crecí en medio de la guerra narcotraficante de Medellin y Colombia. Mis primeros granos en la cara salieron mientras la ciudad la tenían los paras y ahora entro en la vejez en medio de una guerra mas discreta pero no menos peligrosa. Siempre, en las tres décadas de mi vida la pólvora ha sido parte esencial y fundamental de los dos o tres barrios en los que siempre he vivido.
Presente la pólvora en la celebración de primeras comuniones, campeonatos de uno u otro equipo, procesiones y misas de gallo, y por simplemente quemar la plata. Concuerdo con Pascual en que la pólvora siempre ha sido cultura, tradición y costumbre de Medellín y Antioquia, solo que estamos ante una nueva raza de ciudadanos que cree que atribuyendo todo a la mafia y los paras, purgan los pecados de esta sociedad que sigue podrida, mucho mas que en esos tiempos; algo de doble moral tan común en mi Colombia.

Pd - Y no la defiendo, le tengo pánico a las detonaciones, tacos, papeletas, voladores y demás; es quemar la plata y prefiero fumarmela en cigarrillos.

Unknown dijo...

La pólvora es material de alta peligrosidad. Si está tan instaurado en nuestra cultura (no es mi caso) entonces que la alborada sea una fiesta de ciudad donde expertos se encarguen de la pirotecnia y no dejar que vecinos, los niños de la cuadra o algún borracho se gane el apodo de mocho o patecumbia.

Unknown dijo...

La pólvora es material de alta peligrosidad. Si está tan instaurado en nuestra cultura (no es mi caso) entonces que la alborada sea una fiesta de ciudad donde expertos se encarguen de la pirotecnia y no dejar que vecinos, los niños de la cuadra o algún borracho se gane el apodo de mocho o patecumbia.