martes, 24 de enero de 2017

Press-ti-tutes, press-ti-tutes





El 20 de enero de 2017 era su gran día, el momento de su desquite, de convertir en realidad las apoteosis de utilería a las que se acostumbró en los casinos y en la televisión. Era hora de mirar desde lo alto, de marcar el atril y repetir sus insolencias como gran jefe. Entonces, era necesaria una seña en el calendario: “Por eso, yo, Donald J. Trump, Presidente de los Estados Unidos de América, por la autoridad que me ha sido concedida por la Constitución y las leyes de los Estados Unidos, proclamo el 20 de enero, 2017, como día Nacional de Devoción Patriótica…”
Pero no faltan los aguafiestas. Y en el día supremo comenzaron a decir que su rebaño era menor al de otros ídolos y que su gala no era la de un predilecto sino la de un maldiciente, un blasfemo con suerte y dinero. Trump no resistió el agravio y envió a su jefe de prensa como avanzada contra el atrevimiento de los medios: “Frente a esa obsesión por deslegitimar a este presidente, no vamos a sentarnos y dejarlo pasar. Este gobierno va a luchar con dientes y uñas, todos los días, contra este intento de deslegitimar las elecciones ". Hablaba un nervioso Sean Spicer que tenía órdenes de mostrar los dientes. Defendió el aforo de su jefe como si se tratara del empresario de un cantante y dejó caer unas cuantas mentiras en medio del encargo: los usuarios del metro ese día en Washington, los datos de audiencia en televisión según Nielsen, las supuestas diferencias en el operativo de seguridad para la posesión... El presidente no quedó contento con la defensa y fue necesario el refuerzo de su asesora Kellyanne Conway, quien dejó todo muy claro con una expresión: “hechos alternativos”. El gobierno no miente, solo tiene un ojo distinto, de buen cubero, y unos hechos distintos y unos números disparejos. El vicepresidente Mike Pence lo advirtió durante la campaña: cuando Trump distorsiona la realidad "es porque él siente que lo que dice es verdad". Nos es su culpa, es solo que en su reino las cosas suceden de una manera mágica y diversa. El presidente está dispuesto a pelear y a mentir por los motivos más frívolos, por un record escolar. Muestra una fobia rabiosa frente a quienes lo contradicen. La revista The Atlantic señaló los peligros: “Si estás dispuesto a mentir sobre algo así de minúsculo, ¿por qué alguien debería creer lo que digas sobre algo grande e importante?”.
Al día siguiente, cuando Trump se plantó frente al CIA Memorial Wall, el muro que rinde homenaje a los norteamericanos muertos en tareas de inteligencia, a quienes el presidente había ofendido durante los últimos meses, en medio del ruego de los asesores para que pasara la página de la ceremonia de posesión y se concentrara en reparar las relaciones con la “inteligencia”, los complejos y la soberbia decidieron otra cosa: “Los atrapamos en una belleza y creo que van a pagar un gran precio (…) Tengo una guerra con los medios. (Los periodistas) Están entre los seres humanos más deshonestos en la tierra…”
Paradójicamente, el sorpresivo ídolo de la derecha europea ha terminado por recordar la obsesión y la inquina de los populistas de izquierda contra los medios en América Latina. No extraña que un ex secretario de comercio de Cristina K. haya dicho que Trump era peronista. Allá cambiaron la ley para combatir al Grupo Clarín. Y Correa, que puso un comisario propio a revisar los periódicos, podría aconsejar al hombre fuerte de Estados Unidos. Daniel Ortega, Evo Morales y Nicolás Maduro al fin tienen una coincidencia con el imperio. Estados Unidos es un pueblo al norte de Latinoamérica.












1 comentario:

Unknown dijo...

Gran radiografia de este minusculo personaje, que podria suicidarse tirandose desde lo alto de su ego, pero como ciudadano de EEUU, debo pensar en que su presidencia sea exitosa para que nosotros, los de la clase media, nos valla bien.