jueves, 15 de abril de 2021

Culpa contagiosa

 




Parece inevitable, las olas de culpa y contagio son coincidentes en todas partes. Y el plural se usa de forma automática para los golpes de pecho: “por nuestra culpa, por nuestra culpa, por nuestra gran culpa…” Hace unos días escribía Martín Caparros que si algo se recordará de esta pandemia es la forma en que la ciencia doblegó a la religión en asuntos de vida o muerte por primera vez en siglos. Reseñaba que el látigo se guardó para dar paso a los modelos epidemiológicos. El Vaticano recomendó abrir a medias en Semana Santa y dejar las representaciones de la pasión de Cristo para la televisión: “Llóralo en casa”, parecía decir el anuncio episcopal.

Pero quedó claro que la culpa no se resigna y se ejerce desde el discurso científico, político o social. Y pronto convierte el mea culpa en acusaciones. Presidentes, alcaldes, policías, médicos y la responsable infantería de las redes sociales han señalado a los causantes del desastre, bien sea libertarios o adolescentes, frívolos de fin de semanas disfrazados de liberales, jóvenes egoístas sin seso, individualistas que solo creen en sus derechos. También el capitalismo inmisericorde lleva a la gente hasta el trabajo en una infame disyuntiva cercana a aquella de la “bolsa o la vida”. “Somos una plaga”, concluyen desilusionados quienes no pueden creer que los humanos no teman a los modelos ni atiendan durante más de un año los cercos epidemiológicos. Bien podrían dejar caer una maldición y un comparendo.

Este fin de semana vimos como unos turistas salieron esposados de una playa en Santa Marta por violar las cuarentenas. Y fue noticia la incautación de cuarenta cajas de cerveza en Luruaco, y la alcaldía de Barranquilla muestra con orgullo escenas cercanas al abuso policial por los “controles” a quienes se escampan del calor en los quicios de las puertas. Una buena parte de la gente celebra el rigor y los médicos han comenzado a insinuar que tal vez solo valga la pena arriesgarse por los enfermos íntegros y responsables. Una sencilla novelita de poca ciencia y algo de ficción podría aventurar una pandemia en tres años en la que se les niega atención en UCI a los ciudadanos que registren más de dos comparendos.

También a mediados de año pasado, cuando Barranquilla afrontaba la primera gran crisis de muertes y contagios, el alcalde Pumarejo, la gobernadora Noguera y el presidente Duque hablaron de la “indisciplina social” como la gran culpable. Era fácil grabar diez fiestas un fin de semana y desconocer lógicas sociales o de propagación algo más complejas. No importaba que en todas partes del mundo los indicadores mostraran que las condiciones de pobreza y las urgencias laborales hacían más vulnerables a unos que a otros, no les sirvió la evidencia de mayores contagios entre los informales que precisamente viven en espacios más pequeños y peor ventilados, era mejor señalar, ganar un poco de poder, castigar y pararse detrás de los policías durante los operativos nocturnos. Ahora vuelve el pico y se repiten los señalamientos, la culpa cala, termina por darle la razón al poder que señala e implica una resignación y una expiación colectiva frente al dolor inevitable.

También Mike Pence culpaba a los jóvenes de Estados Unidos en noviembre pasado y la OMS los señalaba de relajamiento durante el verano de 2020. No importaron los estudios que demostraban que fueron los que menos contacto social tuvieron durante la cuarenta estricta en varios países de Europa. Y la cantaleta da resultado, el 40% de los menores de 29 años en España siente que es culpable de los rebrotes en este año. Y mientras tanto el virus sigue igualando a los países virtuosos y las ciudades obedientes con los territorios del desorden y los excesos egoístas.

 

 

 

4 comentarios:

Diario de campo dijo...

Hola Pascual. Esto me ha rondado la cabeza desde hace unos meses. Sin duda, se ha fortalecido un discurso que ha guiado la gestión de la enfermedad moral y en el que se contrapone evidentemente el goce y la obediencia (no obedece quien bebe y baila y, además, es un potencial "homicida"). El problema es que cuando una enfermedad es tan moralizada, los que terminan fregados son los enfermos, sin contar que quien se apropia del discurso moralizante tiene vía libre para tomar muchas decisiones.

El Estado, que como bien lo señala saca pecho con sus controles, no solo expresa un poder exagerado con las medidas punitivas como las que reseña, sino que apalancándose en este discurso sobre la enfermedad, justifica medidas excepcionales que van más allá de la gestión de la emergencia sanitaria.

Estoy escribiendo un artículo sobre el rol del derecho en la movilización de este discurso. Apenas esté publicado se lo comparto por twitter.

Muchas gracias, me dio varias ideas.

untalgab dijo...

Hermano, desde hace días me han dado ganas de pasarte a vos (aunque no te conozco, pero un poco sí... de esos que uno ve pasar por la calle con una pola y se reconoce en ellos), en fin, que me dieron ganas de pasarte un breve texto sobre la narrativa bélica en la que se ha basado el discurso público sobre el Covid. El tema en que no sé cómo enviártelo (más allá de lo que leás o no). Saludos!

Diario de campo dijo...

dc.duenas147@uniandes.edu.co Yo de paso le comparto algunas lecturas que creo son buenas para pensar en este tema. Abrazo. Daniel.

Jack123 dijo...

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