miércoles, 6 de octubre de 2021

Mayo del 45

 




La primera línea la conformaron las alumnas de la Escuela Normal para Señoritas de Tunja. Corría el año 1945 y el gobierno de López Pumarejo estaba tambaleante frente a la cruda oposición conservadora, la división liberal y la violencia rural que despegaba. Había ánimos de protestas y levantamientos en calles, cuarteles y patios de recreo. La destitución de la directora de la Normal por parte del gobernador del departamento de Boyacá fue vista como una afrenta “contra el sentimiento religioso y la moral de las educandas”. Según la versión de las Señoritas y los conservadores el gobernador había sacado a la directora por su piadoso propósito de construir un oratorio donde debería haber una enfermería. Para el gobernador liberal se trataba de pecados en el manejo del plantel.

Las adolescentes se declararon en huelga y organizaron desfiles para que se reversara la decisión. La protesta pacífica terminó en cargas contra el palacio departamental y las oficinas de La Verdad, el diario liberal de Tunja. Por supuesto se habló de infiltrados en una protesta casta y pura. Muy pronto se sumaron los compañeros de otros colegíos católicos, los rectores abrieron las puertas por tratarse de un asunto “estudiantil y religioso y no político”. Los liberales culpaban a la iglesia, particularmente al padre Arturo Montoya, autoridad académica y eclesial, de atizar el fuego antidemocrático. Las cosas terminaron en piedra contra la gobernación y la casa del gobernador. Los boyscout del Colegio Ortiz sabían prender candela.

Entonces llegaron el ejército y la policía para impedir que los alumnos revoltosos salieran de los colegios. Ahora hasta estudiantes de colegios laicos y liberales estaban rezando y pecando. Cuarteles y estaciones de policía reportaron uniformados heridos en medio de pedreas. La prensa liberal habló de una huelga sin pretensiones distintas a la discordia política. Y sindicatos en Tunja tildaron el movimiento como “antidemocrático y francamente subversivo”.

Y llegó la hora del muerto a manos oficiales. El 23 de mayo el ejército fue llamado a reprimir a los estudiantes del Colegio Ortiz que quemaban la edición de El Tiempo en la plaza de Bolívar de Tunja y un disparo terminó con la vida del joven Eduardo González. El Siglo publicó la dolorosa noticia al día siguiente: “Los fusiles oficiales, manchados ayer con sangre estudiantil, son el único argumento que ha encontrado el gobierno para convencer a las niñas que exigen que se respeten sus sentimientos religiosos”. Vino entonces la carga contra la estación de policía y la muerte de un artesano en medio del calor en Tunja. Bolillo y bombas lacrimógenas llegaron con los policías enviados desde Bogotá.

El contagio llevó las protestas a Medellín y la capital. La muerte del Eduardo González no sería en vano y los universitarios de el Rosario, la Javeriana, el Externado y la Libre en Bogotá, al igual que alumnos de la Universidad Católica Bolivariana y el colegio San Ignacio en Medellín, salieron a la calles. Ahora la consigna era también contra la “infección” comunista representada en la figura de Gerardo Molina, rector de la Universidad Nacional. Se decretó la censura de prensa y el Estado de Sitio en la capital. El gobierno denunció un plan orquestado para desestabilizar la nación. Estaba en marcha una conspiración conservadora. El 7 de agosto renunció el presidente López Pumarejo.

La realidad entrega su propia parodia cada tanto. Como en cualquier teatro hace que los actores truequen sus papeles, sus discursos y su vestuario.

*Esta columna se basa en el artículo Anticomunismo y defensa del catolicismo en las protestas estudiantiles en Colombia escrito por José Abelardo Díaz.


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