miércoles, 27 de noviembre de 2024

El encanto de las malas maneras

 

Círculo cercano de Petro teme un chantaje de Benedetti al presidente - La  Silla Vacía

 

Con el hombre marras pasa como con los galanes exitosos a pesar de sus gracias limitadas o escondidas. “algo tiene que tener”, dicen quienes lo miran de lejos con un poco de envidian, asco y curiosidad. El doctor llegó a la campaña de presidente en noviembre del 2020, cuando la apuesta era bien arriesgada. Tiene olfato, y no lo digo con ironía alguna. Además, sabe ganarse la amistad de los jefes aportando todo lo necesario (gracia, trabajo, instinto, resultados, desvergüenzas, audacias) para que triunfen y puedan ejercer lejos de esas vulgaridades. Mejor dicho, el doctor se pone la camisa de flores para que los jefes puedan lucir la imperturbable corbata.

Al comienzo, cuando le cuestionaron su llegada a la campaña de Petro, luego de sus intimidades con Uribe y Santos, respondió con sus clásicos aspavientos: “Yo soy como Neymar. Él no se la pasa llamando al Liverpool, al Manchester United ¿oigan yo puedo jugar allá? No, a mí me llaman y me preguntan sí puedo jugar en algún equipo o ayudar en ciertas cosas”.

Le gusta ayudar en las cosas importantes: plata y votos. De eso se tratan las campañas y el doctor sabe de reuniones y fiestas, de alianzas y negociaciones, de cocteles y tarimas. “Yo me entero en la primera semana que las personas de Colombia Humana ni siquiera saben dónde están los votos”, dijo el doctor recién llegado a “colonizar la Costa” para la campaña presidencial de 2022. Sus resultados terminaron por encima de sus pronósticos. Dijo que había que meterle cuatrocientos mil votos al segundo en los departamentos de la Costa y la ventaja sobre Rodolfo fue de más de un millón de votos. En la Costa Petro habría ganado en primera vuelta. “Sin caer en la vanidad, la Costa Caribe fue quien le dio el triunfo a Petro. Nosotros aumentamos 800.000 votos. Ahí está la diferencia”, dijo en doctor en la celebración del triunfo.

Claro que quería protagonismo en el gobierno. No solo de fiestas vive el hombre, y necesitaba algo de la solemnidad del poder, de la posibilidad de ejercer en el ejecutivo. Porque es más divertido manejar la pista en el Palacio que patinar en el Congreso. Pero lo trataron mal, equivocaron su vocación y lo mandaron a las amarguras diplomáticas. Y una de sus antiguas subordinadas pasó a ser su jefa. El embajador se convirtió en un ogro y mostró sus credenciales más oscuras, se embriagó de ira. Si no me dan el poder por mis virtudes, me lo darán por mis rencores. Fue su razonamiento. Y habló con toda la boca para dejar una grosera advertencia.

Se calmaron las aguas y el camino condujo a Roma. Pero el hambre sigue y el doctor quería volver a casa. Ahora llegó aplomado, también usando corbata, al tercer piso del Palacio, con vista a la puerta del presidente que según sus palabras es un hombre ensimismado que detesta las liturgias del poder. Y por momentos se aburre en la presidencia. El doctor hablará al oído de su jefe, podrá alegrarle algunas tardes con sus coloquios costeños, alertarlo con su conocimiento de los pasillos de otros presidentes, hacerlo divagar con sus filosofías de madrugada. Para eso son los amigos. Y ya se viene una campaña y allí vuelven sus poderes. Ha dicho que en una campaña hay que filar uno a uno a cuatrocientos caballos de ocho A.M. a cuatro P.M. Todos saben que es un vaquero de los buenos.

El doctor está de regreso, lejos de sus vicios, viene acompañado de la sobriedad. Pero sobrio también puede ser impredecible, no le dieron el papel que esperaba y deben prestarle atención. Estará encargado de cuidar la puerta del presidente, mientras el presidente se encargará de cuidar las maneras y las palabras de su amigo. Tiene algo, las ventajas de ser tan indeseable como indispensable.

 

lunes, 25 de noviembre de 2024

El pacto del Eme

"Gustavo Petro se va a radicalizar cada día más": María Fernanda Cabal  sobre el uso de la bandera del M-19 en las marchas del Día Internacional de  los Trabajadores

 

Al final de la pasada campaña presidencial, en una correría en el departamento de Caldas, un simpatizante le preguntó al candidato Gustavo Petro sobre la posibilidad de revivir el M-19: "Yo no sé si revivirlo, porque eso es como los Beatles. Queda el espíritu ahí, pero también reiniciarlo se vuelve problemático, porque ya no es lo mismo. Es otra historia, otra vida", respondió el líder del Pacto Histórico. El movimiento político desapareció hace más de veinte años y Petro parecía tener claro que no era tiempo para las nostalgias.

Pero el Eme siempre ha estado en las ideas y los recuerdos del presidente, en sus certezas y su inspiración, en sus frustraciones frente a las posibilidades de las revoluciones desde el Palacio de Nariño. Hace poco, durante un acto en el colegio donde se graduó en Zipaquirá, el presidente reivindicó la bandera de sus primeras militancias: “Compañero, traiga esa bandera porque estamos hoy de fiesta. No les gusta que la saquemos, ¿cierto? Pero no va a estar debajo de los colchones”, dijo al llamar a la tarima a dos espontáneos que extendían la bandera. Ahora los vendedores ambulantes ofrecen las banderas del Eme en las marchas convocadas por el gobierno y el presidente repite que la oligarquía la quiere prohibir.

Más allá de si se trata de un símbolo que evoca la violencia guerrillera o, por el contrario, recuerda la reconciliación, parece que Petro está cada vez más cerca de la nostalgia, los compañeros y el ansia de revolución por decreto. Y sus excompañeros de armas más cerca de sus decisiones y compromisos. Parece innegable que el Eme se tomó el Palacio. El creciente poder de Augusto Rodríguez, en detrimento de Laura Sarabia, deja algunas evidencias. También el papel de Otty Patiño y Vera Grabe en los retos de la Paz Total.

Un libro de Ángel Beccassino, llamado El heavy metal latinoamericano, que recoge conversaciones de Carlos Pizarro y otros miembros del M-19 a finales de los ochenta, muestra que Petro nunca ha dejado ser fiel a las ideas de Bateman y compañía. El aura de apóstol es uno de sus distintivos y podría decir con Pizarro: “Claro que el M-19 tiene que ser mesiánico, como Colón, como José Antonio Galán, como Gaitán (…) Por eso hay un apostolado en esa dirección, tú tienes la misión de dibujar tus sueños y llevarlos a los demás.” Petro comparte la necesidad de las “locuras sísmicas” de las que hablaba Pizarro, el valor de la audacia, de intentar “las hazañas que nos desequilibren”. Eso marca su desprecio por la burocracia, por el estado paquidérmico que no deja soñar. También Pizarro hablaba del realismo como ausencia de grandeza, de la mediocridad que implica no dar “grandes saltos históricos”.

Y aunque parezca increíble, tenía los mismos alcances cósmicos del Presidente: Los desafíos del hombre están hoy en el espacio, en la inmensidad que tenemos por delante (…) la expansión del hombre sobre el universo. El ‘solle’ del que habla Pizarro, un tanto místico y un tris esotérico, también está en la cabeza de Gustavo Francisco. No es Petro un adelantado cuando habla de salvar la selva amazónica y buscar recursos para que el pueblo brasilero no tenga que talar la selva, también Pizarro proponía, cambiar deuda por servicios ambientales.

Pero todo esto tiene una contradicción. Petro se vuelve más Eme pero más cerrado, la idea del acuerdo nacional es solo palabrería de Cristo para menudear en el Congreso. Petro cierra su círculo y es cada vez más Pacto y menos Alianza Democrática. Todo lo contrario a lo que decía Pizarro en vísperas de su desmovilización. Quería ser un factor de unidad nacional y hablaba del Eme como esencial para evitar la polarización. Cuando Beccassino le preguntó por un posible gobierno del M-19, Pizarro habló de “una revolución abierta en todos los sentidos, un gobierno colectivo”. La lista del Eme a la constituyente lo confirmó y marcó su principal logro político. Después, cerraron el círculo hasta desaparecer.

 

 

miércoles, 13 de noviembre de 2024

El perreo moral

 

Nueva versión de '+57': modificaron verso que sexualiza a las niñas de 14  años

 

Le temo a esa escrupulosa crítica a la vulgaridad. La misma que prende sus alertas, según preferencias estéticas, regionales o generacionales, para ejercer el linchamiento, proponer la censura y condenar el mal gusto y la inconsciencia de algunos perdidos. La vieja tendencia a señalar la decadencia del mundo y la cultura cuando las listas de lo más visto no nos acompañan. El mundo suena tan mal hoy, los jóvenes no se concentran, lloran día de por medio y adoran a unos desadaptados que recuerdan nuestros peores tiempos: ¡Nuestros hijos o sobrinos o indeseados adolescentes visten y cantan como los pillos! Y consumen drogas y se atreven hasta a cantarlo. Le hacen coro a las pepas y al moño y al tusi. Necesitamos hablar de las drogas, pero tampoco así sin filtro.

Mi cédula deja claro que no soy guardián del reguetón. Pero tengo una hija de 17 años que me ha “inculcado” su estridencia alardosa, sus bambas y su flow adornado de billete. Y esos porno compositores que mueve al perreo. Pero todos sabemos que no es una experiencia doméstica, el reguetón es omnipresente en nuestros días. Y se resiste a claudicar. No importa lo básico, explícito, tonto o repetitivo que nos puede parecer.

Pero quiero ejercer una defensa mínima de sus miserias. Inspirada en las críticas inquisitoriales del fin de semana contra +57 como contraposición a las ideas de cómo se debe “vender” el país. El vocalista de Doctor Krapula dijo este fin de semana que invitaba a los artistas a cambiar la visión y la historia que tenía el mundo de este país. Los rockeros en busca de la promoción nacional suenan muy Procolombia. Algo así como “aquí no se habla de Bruno”. Leí a históricos del rock hablando del deber de cantar a las mujeres trabajadoras.

Algunos resaltan la estética narca del género. Mucha de nuestra música no ha estado lejos de lo ilegal, bien sea de frente o cañando, por amistad o por estética. El vallenato le cantó de sobra a la bonanza marimbera, la salsa ha gustado del puñal, la música popular sabe de sobra de la sangre de casa y cantina. Creo que el reguetón es el más impostor de los géneros que cantan a los escenarios de la violencia. Más en el cuento que en el rollo. Pero igual, hace su semblanza criolla.

Otra crítica tiene que ver con el consumo de drogas en plena letra. Apología al consumo y hasta al narcotráfico dijeron algunos. Los amigos incondicionales de Diomedes y el Joe están aterrados. Las drogas están en las calles, en los bolsillos, en el menú diario en las páginas, pero en las canciones es el colmo. El rock que invitaba a las drogas era inspirador, revolucionario y el sexo libre era otra cosa. Consumir pero sin consumismo.

El abuso a menores. El centro del asunto. Algunos han llegado a decir que es incitación y que podría haber un delito. No pocos han recomendado la censura. Unos más piden la clasificación moral de las canciones como en el cine de los ochenta. “Una mamacita desde los ‘fourteen’”. La línea de la discordia. ¿Un llamado al abuso, una justificación? ¿Se puede hablar del tema? ¿Solo en los foros de protección? ¿Las canciones deben omitir esa realidad, cantar solo en clave prevención?

Estoy seguro que esa satanización de un género musical es inútil para proteger a los menores. Y que responde más a juicios estéticos, gustos generacionales y pruritos morales. Muchos quieren canciones edificantes, que nos hagan presentables bajo el +57, que muestren lo bueno del país, que no mencionen la realidad sexual cada vez más temprana de nuestros adolescentes. Taparse lo oídos. Por momentos la indignación se parece a la que se hizo a la aberración del mambo en los años treinta. Cantar a las discotecas del siglo XXI puede ser muy preocupante. Gente muy variada en el karaoke de la condena y la irrealidad.