Al final de la pasada campaña presidencial, en una correría en el departamento de Caldas, un simpatizante le preguntó al candidato Gustavo Petro sobre la posibilidad de revivir el M-19: "Yo no sé si revivirlo, porque eso es como los Beatles. Queda el espíritu ahí, pero también reiniciarlo se vuelve problemático, porque ya no es lo mismo. Es otra historia, otra vida", respondió el líder del Pacto Histórico. El movimiento político desapareció hace más de veinte años y Petro parecía tener claro que no era tiempo para las nostalgias.
Pero el Eme siempre ha estado en las ideas y los recuerdos del presidente, en sus certezas y su inspiración, en sus frustraciones frente a las posibilidades de las revoluciones desde el Palacio de Nariño. Hace poco, durante un acto en el colegio donde se graduó en Zipaquirá, el presidente reivindicó la bandera de sus primeras militancias: “Compañero, traiga esa bandera porque estamos hoy de fiesta. No les gusta que la saquemos, ¿cierto? Pero no va a estar debajo de los colchones”, dijo al llamar a la tarima a dos espontáneos que extendían la bandera. Ahora los vendedores ambulantes ofrecen las banderas del Eme en las marchas convocadas por el gobierno y el presidente repite que la oligarquía la quiere prohibir.
Más allá de si se trata de un símbolo que evoca la violencia guerrillera o, por el contrario, recuerda la reconciliación, parece que Petro está cada vez más cerca de la nostalgia, los compañeros y el ansia de revolución por decreto. Y sus excompañeros de armas más cerca de sus decisiones y compromisos. Parece innegable que el Eme se tomó el Palacio. El creciente poder de Augusto Rodríguez, en detrimento de Laura Sarabia, deja algunas evidencias. También el papel de Otty Patiño y Vera Grabe en los retos de la Paz Total.
Un libro de Ángel Beccassino, llamado El heavy metal latinoamericano, que recoge conversaciones de Carlos Pizarro y otros miembros del M-19 a finales de los ochenta, muestra que Petro nunca ha dejado ser fiel a las ideas de Bateman y compañía. El aura de apóstol es uno de sus distintivos y podría decir con Pizarro: “Claro que el M-19 tiene que ser mesiánico, como Colón, como José Antonio Galán, como Gaitán (…) Por eso hay un apostolado en esa dirección, tú tienes la misión de dibujar tus sueños y llevarlos a los demás.” Petro comparte la necesidad de las “locuras sísmicas” de las que hablaba Pizarro, el valor de la audacia, de intentar “las hazañas que nos desequilibren”. Eso marca su desprecio por la burocracia, por el estado paquidérmico que no deja soñar. También Pizarro hablaba del realismo como ausencia de grandeza, de la mediocridad que implica no dar “grandes saltos históricos”.
Y aunque parezca increíble, tenía los mismos alcances cósmicos del Presidente: Los desafíos del hombre están hoy en el espacio, en la inmensidad que tenemos por delante (…) la expansión del hombre sobre el universo. El ‘solle’ del que habla Pizarro, un tanto místico y un tris esotérico, también está en la cabeza de Gustavo Francisco. No es Petro un adelantado cuando habla de salvar la selva amazónica y buscar recursos para que el pueblo brasilero no tenga que talar la selva, también Pizarro proponía, cambiar deuda por servicios ambientales.
Pero todo esto tiene una contradicción. Petro se vuelve más Eme pero más cerrado, la idea del acuerdo nacional es solo palabrería de Cristo para menudear en el Congreso. Petro cierra su círculo y es cada vez más Pacto y menos Alianza Democrática. Todo lo contrario a lo que decía Pizarro en vísperas de su desmovilización. Quería ser un factor de unidad nacional y hablaba del Eme como esencial para evitar la polarización. Cuando Beccassino le preguntó por un posible gobierno del M-19, Pizarro habló de “una revolución abierta en todos los sentidos, un gobierno colectivo”. La lista del Eme a la constituyente lo confirmó y marcó su principal logro político. Después, cerraron el círculo hasta desaparecer.
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