Han pasado cincuenta años y la gazmoña persiste. Pasó el Nadaísmo y sus herejías adolescentes, y su dios que no se afeita con Gillette, pasó Vallejo y su ateísmo silencioso en las iglesias frías de la tarde, y sus sacrilegios obscenos y su furia contra la curia solapada y halitosa, pasó Débora y su excomunión por los retratos sardónicos del clero y de las mujeres sin hábitos, pasó Botero y sus obispos de pastel, tan blandos, tan sosos en esa ciudad de cuatro esquinas “donde el Arzobispo era el Papa”, pasó caminando Fernando González, El Brujo de Otraparte, con su misticismo ajeno del miedo y sus burlas al rebaño temeroso, su Viaje a pie fue prohibido por monseñor Manuel José Caycedo “bajo pecado mortal”, por su blasfemias contra Jesús y sus devaneos con Darwin… Todo pasa pero quedan las taras retrógradas, los dogmatismos rancios, la ansiedad de las bendiciones epilépticas.
Medellín acaba de ser testigo de un escándalo que resultó gracioso por la mezcla de azufre e incienso. Se buscaba recordar el Primer Congreso Mundial de Brujería realizado hace 50 años en Bogotá, un evento organizado por Simón González, hijo de Fernando, animados ambos por similares espíritus y otras yerbas. En 1975 el Congreso causó sensación, se acreditaron 160 periodistas de medios nacionales y 138 medios internacionales y el primer día ingresaron 5000 almas a la Feria Internacional de Bogotá. Una figura precolombina de 10 metros presidió la ceremonia de inauguración y un Mamo de la Sierra soltó su sermón de la montaña. El clero puso el grito en el cielo, la conferencia Episcopal dejó claro que la Iglesia se oponía a la hechicería” y calificó el evento como “un retroceso en la vida religiosa y civilizada”.
En el auge del jipismo era justo variar un poco la dieta espiritual de la iglesia católica, las drogas habían hecho su efecto, Las puertas de la percepción de Huxley ya tenía 20 años de publicado y los chamanes ya montaban en avión. Se trataba de agitar un poco el espíritu con tambores, candomblés, mentalistas, vudú, trances hipnóticos y vendedores de ilusionistas. Zapata Olivella habló del baile como invocación y Clarice Lispector leyó su cuento El huevo y la gallina: “Ver un huevo no permanece nunca en el presente: apenas veo un huevo y ya se vuelve haber visto un huevo hace tres milenios.” Ya ven por dónde iba el misterio.
El presidente no quiso perderse la feria de novedades e hizo llevar hasta el Palacio la máquina del momento. Una cámara para retratar el aura según el método Kirlian. Cecilia Caballero Blanco, la esposa de López Michelsen, se sometió al procedimiento y además de su gran energía se revelaron problemas gastrointestinales. El presidente les dio la bendición a los brujos y todo siguió su curso.
Pero el gran retrato vino cuando Monseñor Rafael Gómez Hoyos llegó de incógnito al Congreso para meter el dedo en la llaga como buen incrédulo. Por las energías del lugar se encontró con Simón González quien lo saludo con reverencia. “Encuentro mágico”, tituló El Espectador en primera página con la foto para cerrar un cisma. Ni para Roberto Gómez Bolaños pasó inadvertido en convite y en uno de los capítulos de El Chavo, Don Ramón pregunta si Doña Clotilde ya regresó de Bogotá, del Congreso aquel.
En la misma plaza donde los Nadaistas sabotearon el Congreso de Escribanos Católicos se realizó el encuentro brujo de este fin de semana en Medellín. Un inofensivo festival con algo de historia, tambores, libros, chucherías ancestrales y carreta mística. Se demostró que la caspa en las sotanas es infinita como cierta misericordia y que Medellín no pierde el olor rancio como los orines bajo las ceibas de la Plazuela San Ignacio.
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