miércoles, 12 de noviembre de 2025

Agoreros

El pasado del Palacio de Justicia, en el presente (GALERÍA)

Armero 30 años después de la tragedia: las inéditas fotografías de Justo  Velásquez - Semana

Nadie quiere oír a los pregoneros de desastres, siempre desorbitados, con el aliento funesto de las tragedias y la insistencia de los condenados injustamente. Los agoreros son también unos apestados, tienen una verdad que es una plaga, se anuncian con una sombra que aparece antes de tiempo, cuando todavía es medio día. Dos de las tragedias más grandes que ha padecido Colombia en su historia republicana, las que repasamos en este noviembre de memorias fatídicas, tuvieron variadas advertencias antes de que se consumaran por el fuego, el plomo y el barro.

Comencemos por Armero y los consejos de cenizas que no lograron proteger a nadie. Alpinistas, aviadores, políticos, escritores y científicos coincidieron en el riesgo que anunciaban los carraspeos del volcán nevado del Ruiz. El 22 de diciembre de 1984 el volcán entregó un primer aviso que hizo temblar a Manizales. Vinieron las comisiones, los mapas de riesgo, los vulcanólogos italianos, la oficina de Naciones Unidas para el riesgo de desastres, los sismógrafos portátiles que necesitaban un escalador día a día para recoger el rollo de papel registradora, las capacitaciones de la Cruz Roja en las iglesias, los debates en el Congreso y los ruegos de atención por parte de Ramón Antonio 'Moncho' Rodríguez, el alcalde de Armero.

Un musicólogo e historiador tolimense, Héctor Fabio González, cruzó los datos históricos de los jadeos y explosiones del volcán y concluyó que una gran erupción se podía presentar en la segunda semana de noviembre de 1985. Dicen que un artículo con el vaticinio se publicó en el diario El Derecho de Ibagué un mes antes de la tragedia. Guillermo Cajiao, aviador aficionado, asomaba cada tanto las narices en la boca de los volcanes, iba de periódico en periódico mostrando la inminencia del estallido. Los periodistas le huían y lo llamaban el loquito de los volcanes. Gustavo Álvarez Gardeazabal escribió columnas sobre la bocanada que se venía. Pero cómo creerle a un novelista.  Hernando Arango Monedero, Representante a la Cámara por Caldas tildado de apocalíptico, citó a cuatro ministros y recibió burlas: “¿Convocó un consejo de ministros?” Iván Duque Escobar, ministro de Minas, le dijo que esos equipos de monitoreo eran muy caros. El debate se dio el 25 de septiembre. El ministro de obras le dijo que ya tenía unas retroexcavadoras en Chinchiná y La Felisa. Arango Monedero terminó el debate con una invocación inútil, propia del Congreso: “Qué Dios nos tenga en su mano”.

Sobre las puertas del Palacio de Justicia también había importante sismicidad. Los Extraditables tenían boleteada de amenazas a la Sala Constitucional y los militares le escribían esquelas mortuorias al Consejo de Estado. Se veían venir condenas por torturas recientes. Y el M-19 no había sido tan sigiloso como en el Cantón Norte y la Embajada Dominicana, parece que ya le ganaba su vena propagandística. El 5 de octubre El Tiempo publicó un artículo titulado A defender la justicia donde se advertían los riesgos sobre el Palacio. El 30 de septiembre un Consejo de Seguridad, encabezado por el ministro Enrique Parejo, había decidido entregar “protección necesaria a la rama jurisdiccional”. Un oficial, un suboficial y veinte policías fueron dispuestos para cuidar el Palacio. El 6 de noviembre ya no estaban en las entradas. Parejo dijo a la Comisión de la Verdad que se sabía de las intenciones del M-19. Alfonso Reyes Echandía, presidente de la Corte, les contó dos semanas antes a periodistas cercanos que habían descubierto un plan para tomarse el Palacio.

El 16 de octubre de 1985 el General Miguel Vega Uribe, ministro de defensa, reveló en un debate en la Cámara de Representantes, que un escrito anónimo había advertido de un plan del M-19 planeaba tomarse el edificio de la Corte.

1985 fue el año de los clamores, los secretos a voces, los oídos sordos, las casandras y la desidia y la complicidad estatal. Bien ido.

 

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