El filtro de entrada que los hospitales han ido construyendo por
desconfianza merecida frente a algunas EPS, por cálculos sobre su balance más
allá de las historias clínicas, por incapacidades y carencias propias, se ha
convertido en uno de los puntos principales del debate sobre la salud en Colombia.
Son los pecados por defecto de nuestro sistema. Más silenciosos, y en ocasiones
más complejos, son los pecados por exceso que se presentan todos los días en las
salas de cuidados intensivos y de exámenes especializados. Aquí las decisiones
tienen que ver con el límite natural de la vida y los esfuerzos desmesurados de
los médicos –ensañamiento terapéutico, lo llaman algunos– que muchas veces parecen
dirigidos más a mejorar la factura que la salud.
En menos de tres meses he tenido cerca dos casos en que los hospitales –muy
reputados por cierto– abren la puerta de par en par a los pacientes y la
cierran con disimulo, fingiendo responsabilidad y celo profesional, cuando el enfermo
imaginario o la familia del enfermo terminal buscan una salida razonable. Una
vez entra el paciente con respaldo económico probado por su EPS prepagada, los
hospitales comienzan a actuar con la lógica de un hotelero desmedido. Para el enfermo
imaginario que llegó creyendo tener un infarto decretan tres días de cama en
cuidados especiales sin importar que se haya comprobado que todo fue una acidez
mal interpretada. Aquí el asunto es más una comedia que una tragedia. La acompañante
debe ponerse más rígida que las enfermeras y notificar, con palabras que
retumban en las catacumbas del hospital inmenso y fantasmagórico, que el
paciente rubicundo saldrá por sus propios medios quieran o no los médicos
precavidos. Huir de un hospital es siempre sano.
En el segundo caso el asunto entraña una tragedia. Someter a un paciente
y a una familia a una agonía de 25 días pensando en una factura de 180 millones
de pesos o en una obligación religiosa, o en las dos al mismo tiempo, es un pecado
de lesa religiosidad y un abuso mercantil. En la situación particular que
conocí la familia debió acudir a una segunda opinión luego de recibir durante
tres semanas diagnósticos contradictorios y sermones sobre la vida y la
esperanza. Solo cuando el esposo de la paciente firmó por iniciativa propia una
carta pidiendo que no se le suministraran más antibióticos a su mujer enferma –era
claro que la capacidad de respuesta al tratamiento era escasa o nula y que el
pronóstico de vida se limitaba a semanas o meses– en el hospital reunieron al comité
de ética para tomar la decisión. La paciente murió tres días después del
acuerdo lógico desde el punto de vista médico y humano. En el entretanto los
doctores alcanzaron a hablar de homicidio por omisión y otras imprecisiones que
desconocen el derecho penal y el fallo de la Corte Constitucional sobre la
eutanasia.
Muchos de los recursos que hacen falta para atender las necesidades de
pacientes con un alto potencial de recuperación, terminan invertidos en pequeñas
farsas con excesos diagnósticos para pacientes sanos o largas agonías para
enfermos terminales sin posibilidad de expresar su voluntad. Por eso en Estados
Unidos se ha hablado del “juicio sustitutivo” al que tienen derecho los
familiares, y de la teoría del “mejor interés” que busca encontrar el juicio de
una persona razonable en las mismas condiciones de un paciente sin capacidad de
tomar una decisión por sí mismo. Es urgente pensar en algo para que no sea
necesario entrar al hospital con un plan de fuga y un testamento que invoque el
derecho a expirar a la hora indicada.
2 comentarios:
Pascual, acordate de unos poemas inéditos de los que hablamos para Cuadernícolas. Podés mandar el material a revistacuadernicolas@gmail.com. Mil gracias, papá.
Todo es facil.. siempre y cuando se diga frente a la pantalla de un computador.
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