miércoles, 16 de julio de 2025

Simón Bolívar a la derecha

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La historia da muchas vueltas, los personajes se desfiguran en placas, bronces y libros, se hacen irreconocibles, mudan de piel, se manipulan e interpretan. No importan las cartas, los diarios, los decretos firmados, las batallas perdidas ni las lealtades ganadas. Bolívar y Santander son una buena muestra de esas transformaciones, bien sea en los textos de la primaria, las premisas de los escritores o la propaganda de los políticos.

El actual presidente ha mantenido una obsesión bolivariana desde sus años revolucionarios. El M-19 la tenía en su sancocho ideológico y en general toda la izquierda armada la ha usado como munición ideológica. No olvidar la fugaz Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar que agrupó a todas las siglas del momento: FARC-EP, ELN, EPL, M-19, PRT…

En las últimas décadas, hace cerca de 60 años, las zalemas al libertador, por su ambición de unión americana y su supuesta vocación popular, han llevado a una equivalente animadversión contra Santander, por su inferida cercanía a las élites y su eventual indolencia legal frente a los problemas reales de la naciente república. En febrero pasado el presidente dijo en el histriónico consejo de ministros que Santander quería “sicariar” a Bolívar. Los historiadores coinciden casi en pleno en que Santander no tuvo nada que ver con la “conspiración septembrina” que acabó con 14 supuestos conjurados frente al pelotón de fusilamiento y “el hombre de las leyes” en el exilio. A cambio, es célebre la anécdota de una recepción ofrecida por Manuelita Sáenz donde se hizo, a manera de sainete, una representación del fusilamiento de Santander. El sainete estuvo a punto de ser realidad.

Durante mucho tiempo la historia alineó a Santander como un hombre cercano a las ideas que hoy llamaríamos de izquierda, cercanas al surgimiento del partido liberal, y a Bolívar con ideas conservadoras y autoritarias, ligadas al clero y los militares, las piezas más fuertes del establecimiento de entonces. No hay que olvidar el rabioso antisantanderismo de Laureano Gómez contrario a los encendidos ánimos santanderistas de Vargas Vila.

Santander era un liberal convencido en economía –neoliberal se le llamaría hoy– y un constitucionalista a carta cabal. Pero tenía nociones, actitudes y alianzas que lo acercan a la zurda. Su decidida intención de quitarle riqueza y preponderancia a la iglesia, sus prioridades de impulso a la educación primaria y secundaria, sus decisiones administrativas para la disminución del gasto militar. El historiador norteamericano David Bushnell, quien ha documentado este vuelco histórico-ideológico entre Bolívar y Santander, resalta también la cercanía de este último con el almirante José Padilla, un “pardo” que representaba a las clases bajas de Cartagena contra las élites que apoyaban a Bolívar. También José María Obando, cercano a las bases populares del sur, fue ferviente de Santander. Las élites de Popayán y Bogotá estaban con El Libertador. Incluso en lo demagógico Santander le gana a Bolívar, se disfrazada con ropas de la “pobrecía” e imitaba su lenguaje cuando era conveniente.

Bushnell es claro en advertir que es imposible saber exactamente la filiación de las clases populares del momento con uno u otro prócer. Discusión política que les era ajena. Pero los indicios los ubicaron mucho tiempo en orillas contrarias a las del lugar común de hoy. Una historieta anónima que circuló a comienzos de los setenta pudo ayudar a poner la espada de Bolívar en manos del simbolismo de la izquierda. También El general en su laberinto de García Márquez.

Vale recordar que tanto Gustavo Petro como Alejandro Ordóñez cargaron contra los cuadros de Santander en sus reductos oficiales. Un autoritarismo a nombre de ideas supremas los emparenta a los dos con Bolívar.

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 9 de julio de 2025

El arte de la resurrección

Quién es Alfredo Saade, el pastor que se convertirá en el jefe de gabinete  de Petro

Cristo de Elqui: La historia del controvertido personaje que se presentaba  como un supuesto iluminado - Es Hoy

El falso predicador debe tener una fe exacerbada, un delirio por su palabra, debe sudar su liturgia, convencer con el ejemplo, debe sufrir sus certezas, entregar la verdad con alegría y al mismo tiempo señalar con fuego. El falso profeta debe ser histriónico hasta el patetismo, arengar sus grandezas descalzas, vivir para su reino, por ínfimo que sea, y prometer un reino eterno, un reinado por los siglos de los siglos.

Con esas herramientas, además de su risa, su desparpajo y su sayal, sus uñas largas y su melena de orate andaba Domingo Zárate Vega por todo Chile. De arriba abajo y de abajo a arriba. Veintidós años predicando su palabra, su pequeño carnaval de apóstoles y seguidores que creyeron, entre chiste y chanza, que era el señor Jesucristo en su segunda presencia sobre la tierra. A Zarate se le conoció como el Cristo de Elqui, en referencia al valle del mismo nombre que se abre en el norte de Chile, cerca de Coquimbo, donde comenzó a bautizar a sus primeros devotos.

“Todas las profesiones se reducen a una / hay quienes dicen somos profesores / somos embajadores, somos sastres / y la verdad es que son sacerdotes / sacerdotes vestidos o desnudos / sacerdotes enfermos o sanos / sacerdotes en acto de servicio / Hasta el que limpia las alcantarillas / Es indudablemente sacerdote / Ese es más sacerdote que nadie”. Las palabras son de El Cristo de Elqui, a quien llevaron a una Casa de Orates en Santiago, su “delirio místico con ideas de grandeza” fue declarado “incurable”, a quien detuvieron los carabineros por recomendación de la iglesia, pero convenció al gobernador de la obligación de su libertad: “si se conversa mucho con él, uno concluye también por volverse loco”.

Alfredo Saade me ha hecho recordar al Cristo de Elqui. Sus bufonadas involuntarias, sus certezas, su postura de agorero de corbata, en una palabra, su farsa que tiene al presidente como primer creyente de su iglesia. Las palabras de Saade bien podría ser las del Cristo de Elqui: “Nunca he mostrado credenciales porque en los municipios, en la montaña y en los barrios pequeños hay pastores que predican la palabra de Dios…Yo soy como Jesucristo en la calle: yo ando en la calle y cuando puedo, predico en la calle. Yo tengo una gran preocupación, pero también hablar todo el tiempo de Dios es predicar”.

Saade, un falso pastor y un político con tres resurrecciones (Levántate Colombia se llama su movimiento), se presentó a las pasadas elecciones como precandidato presidencial, dijo tener filados a cuatrocientos cincuenta pastores y estar listo para llevar un millón y medio de fieles hasta el Pacto Histórico. Petro lanzó su candidatura en Barranquilla, en la famosa tarima con la P, y habló de un “pacto con el Jesús que prefiere a los pobres”. Luego del día P apareció Saade anunciando su adhesión a Petro. El falso pastor lleva su iglesia sobre sus hombros y sus votos en la imaginación. Pero esa es su gracia, su superstición que en política puede ser un activo, sus señalamientos, sus sermones contra los medios, el Congreso, los traidores de la iglesia presidencial y las leyes terrenas.

El Consejo de Ministros ha mostrado ser un espacio para el sainete y la adoración. Saade ha llegado en el momento indicado. Purgando los herejes que quedaban y mostrando sacrificio. Está dispuesto a poner las manos por su maestro. Nicanor Parra, el antipoeta chileno, escribió Sermones y prédicas del Cristo de Elqui luego de la muerte del “profeta”. Alfredo Saade los recitará muy pronto en ese palacio desierto: “Yo soy más yerbatero que mago / no resuelvo problemas insolubles / yo mejoro yo calmo los nervios / hago salir el demonio del cuerpo / donde pongo la mano pongo el codo / pero no resucito cadáveres putrefactos / el arte excelso de la resurrección / es exclusividad del divino maestro.”

 

 

 

 

miércoles, 2 de julio de 2025

La conjura de un necio

Petro y la arrogancia twittera: un riesgo para Colombia

 

Hace apenas un año Álvaro Leyva era el hombre de las audacias jurídicas en el gobierno. Su tesis, según la cual el acuerdo con las Farc hacía parte del bloque de constitucionalidad y su actual incumplimiento daba facultades al presidente para convocar a una asamblea constituyente, fue mencionada varias veces por Gustavo Petro como una interesante posibilidad. El actual ministro Montealegre ha sido desde siempre un promotor de esa idea que Leyva trajo a cuento como Canciller.  El enemigo de hoy era el guía de los pasos más atrevidos y riesgosos del ayer.

Leyva ha demostrado ser un hombre con imaginación y confianza en sí mismo, un especialista de negociaciones a puerta cerrada, un amigable componedor de componendas, un razonero con buenas relaciones exteriores y habilidad para colarse en cuanto proceso de paz aparece. Un hombre con muchas mesas. En el acuerdo con las Farc fungió como asesor jurídico cercano a Iván Márquez. Sus declaraciones muestran que todo el tiempo está convencido de que sus buenas maneras y su gran juicio llevarán a una solución histórica. Bien sea en Caracas o en Gaza. Leyva de verdad se la cree. Y durante dos años el presidente le creyó.

Sus recientes cartas, con una prosopopeya de pergamino, mostraron sus ansias de estar de nuevo en la vanguardia de decisiones históricas. Si no se puede con acuerdos entonces que sea vía crisis. Leyva, que salió del gobierno en buenos términos, señalando a Petro como su amigo y reiterándole su admiración, lanzó su serie de cartas para descalificar personalmente al presidente. Habían pasado si acaso ocho meses de su renuncia y tuvo un ataque súbito de memoria sobre acontecimientos que supuestamente presenció y mostraban la incapacidad de Petro para gobernar.

Ahora se conocen los audios donde busca ambientar un golpe contra el presidente. Los interlocutores más importantes que se mencionan no hablaron con Leyva. Habló al parecer con algunos asesores de los dos representantes por el Estado de Florida. Pero Leyva juraba que estaba a veinte días de tumbar a Petro. No hay pruebas de reuniones con nadie en Colombia, no hay menciones de militares, la vicepresidenta asegura no haber hablado con Leyva después de su renuncia como canciller. Pasamos del ruido de sables del que se habla en Colombia cuando asoma el fantasma golpista al tintineo de los cubiertos en los audios de Leyva.

La conspiración de Leyva, un complot al parecer íntimo, recordó los años de Samper, cuando el notablato bogotano se reunía a manteles día tras día a buscarle una “salida a la crisis de legitimidad del gobierno”. Tal vez Leyva tenga también un ataque de nostalgia. Carlos Castaño dijo en su libro que Leyva estuvo por allá anunciando un acuerdo de paz para tumbar a Samper y convocar una constituyente. Samper ha hablado de una verdadera conspiración que iba en tres vías: la social que se regaba con whisky, la ideológica que tenía a la derecha dura y ya había redactado el decreto de conmoción y la de sangre que incluía paras y militares. Semana habló de un posible golpe y puso al general Harold Bedoya en la portada. Y estaba Myles Frechette, el embajador gringo, que dijo que en todos los cócteles algunos ciudadanos preocupados le preguntaban por la posición de Estados Unidos ante un posible golpe: “Mire, presidente, hay gente por ahí que anda preguntando cuál sería la reacción de E.U. frente a un golpe de Estado y yo les he dicho muy tajantemente que bajo ningún punto de vista sería aceptado”, le dijo Frechette a Samper en la Casa de Nariño. El asesinato de Álvaro Gómez y el atentado al abogado de Samper hicieron que todo tuviera una relevancia más allá de los cócteles.

Hoy las condiciones para una conspiración golpista parecen imaginativas, estamos en los tiempos de un conspireta en solitario. Leyva ha regado gasolina a un incendio propicio, le ha dado el guión ideal a las películas del presidente.