La historia da muchas vueltas, los personajes se desfiguran en placas, bronces y libros, se hacen irreconocibles, mudan de piel, se manipulan e interpretan. No importan las cartas, los diarios, los decretos firmados, las batallas perdidas ni las lealtades ganadas. Bolívar y Santander son una buena muestra de esas transformaciones, bien sea en los textos de la primaria, las premisas de los escritores o la propaganda de los políticos.
El actual presidente ha mantenido una obsesión bolivariana desde sus años revolucionarios. El M-19 la tenía en su sancocho ideológico y en general toda la izquierda armada la ha usado como munición ideológica. No olvidar la fugaz Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar que agrupó a todas las siglas del momento: FARC-EP, ELN, EPL, M-19, PRT…
En las últimas décadas, hace cerca de 60 años, las zalemas al libertador, por su ambición de unión americana y su supuesta vocación popular, han llevado a una equivalente animadversión contra Santander, por su inferida cercanía a las élites y su eventual indolencia legal frente a los problemas reales de la naciente república. En febrero pasado el presidente dijo en el histriónico consejo de ministros que Santander quería “sicariar” a Bolívar. Los historiadores coinciden casi en pleno en que Santander no tuvo nada que ver con la “conspiración septembrina” que acabó con 14 supuestos conjurados frente al pelotón de fusilamiento y “el hombre de las leyes” en el exilio. A cambio, es célebre la anécdota de una recepción ofrecida por Manuelita Sáenz donde se hizo, a manera de sainete, una representación del fusilamiento de Santander. El sainete estuvo a punto de ser realidad.
Durante mucho tiempo la historia alineó a Santander como un hombre cercano a las ideas que hoy llamaríamos de izquierda, cercanas al surgimiento del partido liberal, y a Bolívar con ideas conservadoras y autoritarias, ligadas al clero y los militares, las piezas más fuertes del establecimiento de entonces. No hay que olvidar el rabioso antisantanderismo de Laureano Gómez contrario a los encendidos ánimos santanderistas de Vargas Vila.
Santander era un liberal convencido en economía –neoliberal se le llamaría hoy– y un constitucionalista a carta cabal. Pero tenía nociones, actitudes y alianzas que lo acercan a la zurda. Su decidida intención de quitarle riqueza y preponderancia a la iglesia, sus prioridades de impulso a la educación primaria y secundaria, sus decisiones administrativas para la disminución del gasto militar. El historiador norteamericano David Bushnell, quien ha documentado este vuelco histórico-ideológico entre Bolívar y Santander, resalta también la cercanía de este último con el almirante José Padilla, un “pardo” que representaba a las clases bajas de Cartagena contra las élites que apoyaban a Bolívar. También José María Obando, cercano a las bases populares del sur, fue ferviente de Santander. Las élites de Popayán y Bogotá estaban con El Libertador. Incluso en lo demagógico Santander le gana a Bolívar, se disfrazada con ropas de la “pobrecía” e imitaba su lenguaje cuando era conveniente.
Bushnell es claro en advertir que es imposible saber exactamente la filiación de las clases populares del momento con uno u otro prócer. Discusión política que les era ajena. Pero los indicios los ubicaron mucho tiempo en orillas contrarias a las del lugar común de hoy. Una historieta anónima que circuló a comienzos de los setenta pudo ayudar a poner la espada de Bolívar en manos del simbolismo de la izquierda. También El general en su laberinto de García Márquez.
Vale recordar que tanto Gustavo Petro como Alejandro Ordóñez cargaron contra los cuadros de Santander en sus reductos oficiales. Un autoritarismo a nombre de ideas supremas los emparenta a los dos con Bolívar.
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