martes, 15 de febrero de 2011

Juicios negativos




Juan Manuel Santos sin ser elocuente de viva voz es un excelente contestador de preguntas. Le favorecen las entrevistas en medios escritos: concilia, evade, suelta una sorpresa para la ocasión, se esconde detrás de la ecuanimidad del profesor de teoría del estado. En su reciente entrevista con El País de España respondió con tranquila suficiencia una pregunta sobre su imparcialidad como jefe de Estado frente a los juicios por las ejecuciones extrajudiciales, teniendo en cuenta que hace apenas unos años, como ministro de defensa, fue superior jerárquico de los acusados. Santos habló de su papel como para acabar con los incentivos de sangre y dijo lo que tenía que decir: “Ya no hay denuncias de falsos positivos. El caso ahora es que la gente que fue responsable, pague. Hay más de 200 condenas en el sistema judicial y lo que estamos haciendo es darle todo el apoyo a las autoridades y al poder judicial para que pueda juzgar, porque al propio ejército también le conviene que los culpables paguen…”
Las buenas respuestas son las que necesitan un mejor contraste con la realidad. Tienen la ventaja de hacer posible la exigencia de hechos que confirmen las palabras propias. Y lo cierto es que hoy en día la hecatombe de los falsos positivos corre riesgos de convertirse en un vergonzoso arrume de expedientes, con pruebas groseras de la culpabilidad de agentes del Estado para completar la afrenta. La Corporación Jurídica Libertad se ha encargado de la representación de los familiares de algunas de las víctimas en casos de ejecuciones extrajudiciales en Antioquia. La mayoría de los 80 casos en los que han acompañado a familiares de las víctimas estaban archivados en los sótanos de la justicia penal militar. Los jueces uniformados no habían encontrado irregularidades en los presuntos combates. Tocó entonces empujar a la fiscalía para que con base en sentencias de la Corte Constitucional y en evidencias irrefutables planteara un conflicto de competencia. Y más tarde intentar que Consejo Superior de la Judicatura resolviera entregarle los casos a la justicia ordinaria. Porque la Justicia Penal militar ha demostrado ser extraordinaria para absolver a sus hombres. El solo hecho de comenzar un juicio ordinario que supusiera imparcialidad se convirtió en una hazaña de años coronada con una tutela.
Pero ahí no está lo realmente difícil. Lograr un fallo no es ya una hazaña sino un milagro. De los 80 procesos que ha acompañado la Corporación Jurídica Libertad solo 3 han llegado a una sentencia definitiva. Han sido condenas para más señas. Los 7 fiscales que llevan los procesos en Antioquia, Córdoba y Chocó tienen en promedio 70 expedientes de ejecuciones extrajudiciales cada uno. Una labor imposible así haya mística y voluntad. Esa larga fila ha provocado que cientos de casos del nuevo sistema oral estén en el limbo de las indagaciones mientras los testigos se pierden o se olvidan, y los militares acusados se dedican a gozar de las libertades provisionales en vías de ser definitivas. No parece entonces que el gobierno le esté dando todo el apoyo a las autoridades judiciales para llegar a las condenas de los culpables.
Lo más grave del asunto es que según parece los fiscales se están aburriendo con la sobre carga y han comenzado a remitir los procesos a la justicia penal militar. Entre 2008 y 2010 la fiscalía regresó a los jueces militares 995 expedientes de falsos positivos. Luego del ruido en los medios los casos parecen volver por vía soterrada a los jueces venales militares.

martes, 8 de febrero de 2011

Extremo virtuoso




Todas las ciudades van fabricando pasiones injustas o extravagantes contra algunos de sus símbolos. Cuando el fetiche ya hace parte de las colecciones del vendedor de baratijas la suerte está echada. La ciudad, sus habitantes quiero decir, ya pondrán algo más que razón sobre el edificio, la plaza, la escultura o el aparato de sus apegos. Medellín y Bogotá han tomado caminos diferentes con respecto a dos de sus emblemas: El Metro y Transmilenio. En la capital los acordeones rojos pasaron de ser una maravilla de ingenio a una pesadilla de estreches e incomodidad. La ruta del éxito lo llevó a la insuficiencia y lo convirtió en el trompo de poner frente a todos los inconformismos. Transmilenio es hoy la vitrina de romper por la derrota del equipo de los amores o la falta de pago de los patrones.
En Medellín el Metro ha terminado por representar el otro extremo. El martilleo de los altoparlantes y el silencio de los trenes conformaron una especie de religión que se ve muy bien desde el atrio pero no deja de tener sus excesos. Las plataformas y las escaleras de las estaciones dan la impresión de estar siempre recién trapeadas. Relucientes y oliendo a Cresopinol como las iglesias de pueblo. Al pasar los torniquetes la gente baja el tono de la conversación y camina con una nueva compostura. Pisa con maña, saluda con una venia amable, evita el ceño fruncido del pasajero de bus. Al principio se creyó que era simple montañerada y que con el tiempo las estaciones perderían ese aire de convento de monjas en Yarumal. Pero la buena conducta se conservó y entonces decidieron llamarla Cultura Metro.
El peligro es que tanta decencia, tanto comedimiento y tanta educación se convierta en una pequeña tiranía. Cada vez son más frecuentes las quejas de algunos usuarios por discriminación y abusos por parte de la vigilancia del Metro de Medellín. Primero apareció la queja de los homosexuales por los regaños de los policías cuando dos hombres o dos mujeres esperan el tren cogidos de la mano. Una conducta digna del Metro de Teherán.
Ahora han comenzado a impedir la entrada de algunos mal vestidos y ojerosos. Hace unos días una amiga fue obligada a salir de la plataforma bajo el cargo de que estaba borracha. Ella, que se había tomado tres rones y estaba sentada esperando su vagón, les dijo a los policías que tranquilos, que no pensaba manejar el tren. No valió y fue condenada a la buseta. Pero eso no es todo, también supe de un universitario al que se le negó la entrada al tren de las cinco de la mañana por su cara de trasnocho. Había amanecido haciendo un trabajo y a la guardia del Metro no le gustó su facha mortecina. Y quienes dejan pasar más de un tren en la plataforma son obligados a bajar a los torniquetes bajo sospecha de suicidio. Al paso que vamos solo se logrará atravesar las puertas del Metro recién confesado y con un toque de agua de rosas.
Es imposible negar las bondades que trae el respeto de los ciudadanos a los espacios de uso común y las obras públicas, pero convertirlos en santuarios que operan bajo un código de modales que imponen según su gusto los policías bachilleres parece un extremo virtuoso.


martes, 1 de febrero de 2011

Paradojas norteafricanas





Hace apenas dos meses los presidentes de los países africanos que forman el casquete más cercano a Europa, Marruecos, Argelia y Túnez, lucían orgullosos debajo de su brazo el Informe sobre Desarrollo Humano que prepara Naciones Unidas cada año desde 1990. Los especialistas en medir avances y retrocesos sociales hablaron del milagro norteafricano y los guardianes de las costas en España celebraron la disminución del asalto de los inmigrantes en sus lanchas de remo. Marruecos, Argelia y Túnez hicieron parte del grupo de 10 países que más avanzaron en sus indicadores de desarrollo en las últimas cuatro décadas.
Las mejoras en salud, educación e ingresos per cápita les permitieron compartir los puestos de honor con la China capitalista y otros alumnos aventajados en Asia.
Para que los logros tuvieran aún mayores méritos los países del norte de África demostraron seguir rutas propias. No se limitaron a obedecer las recomendaciones del de los tecnócratas internacionales sino que en ocasiones desafiaron sus recetas y ganaron su apuesta. Sus mejoras en esperanza de vida, alfabetización y acceso a la educación dejaron por debajo a más de 125 países evaluados. Pero uno de los capítulos del Informe señaló un pequeño lunar: “Una cuestión especialmente importante es el progreso relativamente bajo de estos países en términos de democratización. Al contrario que otros países que han experimentado grandes mejoras en desarrollo humano durante este periodo, como Nepal, Corea del Sur e Indonesia, no se ha observado la consiguiente liberalización de las instituciones políticas en los países norteafricanos.”
En las calles, vendiendo frutas en una carretilla, es difícil entender las gráficas y los números que demuestran mejorías colectivas y esfuerzos acertados. Los relevos en el poder que exige la democracia son siempre una válvula necesaria contra la frustración social. La cara de un déspota que se repite durante años, los uniformes de la policía encargados de defender el palacio y buscar rentas al menudeo, las castas familiares y la “nomeklatura” que se superpone durante años, logran que la verdad de los indicadores no merezca más que un graffiti.
De otro lado, los ejemplos en el norte de África parecen demostrar que los avances en educación obligan a ceder control político y a otorgar libertades individuales. De algún modo los regimenes de Túnez y compañía prepararon el terreno para las revueltas populares que están viviendo, lideradas por jóvenes para los que no fue suficiente el simple cartón de bachillerato o el título de una carrera universitaria. Paradojas que trae la autocracia. Para lograr sus éxitos sociales Túnez le entregó poder a las mujeres aumentando la edad mínima para casarse, prohibiendo la poligamia, accediendo a la importación de métodos anticonceptivos, legalizando el aborto y otorgando el derecho al voto. Hoy en día el país tiene, en proporción, más mujeres universitarias que Hong Kong o México. Parece imposible que esas jóvenes y sus amigos se contentaran con hacer venias al presidente Ben Alí durante una década más.
La otra paradoja es que todo este movimiento libertario puede terminar en manos de los radicales islámicos. Tienen la mejor organización, una devoción probada y el ejemplo claro de la revolución de Irán en 1979, en principio laica y plural, y que terminó dirigida por fanáticos. En Egipto ya empezaron a quemar bares y discotecas y en Marruecos ya prendieron las sinagogas. Sería triste llegar al régimen de los ayatolás por la vía del entusiasmo democrático.


martes, 25 de enero de 2011

El pobre Angelino




No queda más que compadecer a Angelino Garzón. Sale de gira rumbo a los Estados Unidos con la obligación de hablar de un país renovado, ajeno a las prácticas del miedo, más dado a traer a Baltazar Garzón como consejero que a luchar contra él, receptivo a las críticas de José Miguel Vivanco, dispuesto a devolver las tierras a los campesinos que los paras sacaron arriados, porque buenos vaqueros malos si eran. Está listo el discurso en el maletín y aparecen las noticias aguafiestas, los malditos recuerdos que hacen que los congresistas gringos nieguen con la cabeza, incrédulos, cavilosos.
Primero desaparece el mayor César Maldonado de la “cárcel” de Cuatro Bolas en Tolemaida. Hasta ese club de oficiales en desgracia lo había llevado la orden de un general de la república. No un descuido. Sin importar que Maldonado ya hubiera cortado la reja del bunker de la fiscalía en el 2004. Sin duda el delito por el que fue condenado les parecerá grave a los congresistas demócratas: Un atentado fallido contra un representante a la cámara de oposición. Una mujer que vendía tintos en una esquina y el sicario murieron. Al menos Garzón podrá mostrar la foto del mayor retirado en La Picota.
Pero la siguiente pregunta no será más sencilla. El señor José Miguel De Narváez, subdirector del principal organismo de inteligencia colombiano, es señalado por varios jefes paramilitares como pieza clave en el secuestro de otro congresista, en este caso una senadora de oposición. Los paramilitares lo señalan como miembro activo de su institución desde donde llegó a prestar servicios en el DAS dirigido por Jorge Noguera. La cúpula del gobierno de Álvaro Uribe podrá salvarse de responsabilidades penales, pero nunca de la responsabilidad política de haberle entregado el primer DAS a un grupo de paranoicos con negras intenciones. Angelino tendrá que decir que el de Santos es otro gobierno y que Uribe es un aliado en vías de separación.
Después le mostrarán las declaraciones de Cuco Vanoy desde una cárcel en Miami. Entre las masacres que reconoce habla de una ocurrida en 2004 en un edificio en Medellín. Vanoy le pagó 500 millones a la oficina de Envigado para que matara a Freddy Berrio, un comprador de pasta de coca con algún pecado comercial, y la oficina terminó subcontratando a un grupo del Pelotón Antiterrorista Urbano. Eran los más indicados por cuestiones de ubicación: el edificio donde estaba Berrio quedaba cerca de la IV Brigada. Al final los muertos fueron presentados como cuatro milicianos que pretendían atentar contra la brigada. Angelino dirá que están intentando forzar a los militares en sus tareas para que no tengan tiempo de buscar un trabajito en los ratos libres.
Hace dos años Salvatore Mancuso habló de treinta militares de alto rango, entre ellos nueve generales, que habrían colaborado con el ejército paramilitar. Es necesario dudar de las versiones paras que muchas veces buscaban meter a todo el mundo en su bando como una forma de disculparse. Pero hay noticias que se acumulan, que van sumando evidencias hasta dejar certezas, y uno termina obligado a seguir y entender los prejuicios y los juicios de quienes nos miran desde afuera con una mezcla de compasión y repugnancia. Pobre Angelino.

martes, 18 de enero de 2011

Política y pugilística





La política necesita siempre algo de agresividad, para disminuir los bandos posibles, para borrar matices, para levantar a los aletargados y enfebrecer a los convencidos. En últimas es más fácil encarnar la rabia que la inteligencia. Nuestras pasadas elecciones presidenciales demostraron que la mansedumbre es una virtud dudosa para los políticos: los votantes son más jueces debajo de un tinglado que espectadores susceptibles de una película. Y los políticos de todas las esquinas saben que es necesario soltar las manos.
Luego del atentado a la senadora Giffords en Tucson, Arizona, muchos en Estados Unidos han comenzado a pensar que el límite entre proselitismo e instigación se ha hecho muy difícil de diferenciar. Los anuncios electorales de Sarah Palin tenían a Giffords en el medio de una mirilla, y el veterano de Irak Jesse Kelly, su rival directo en Arizona, utilizaba un lenguaje digno de sus días tras las huellas de Sadam: “Ajusten el objetivo para la victoria en noviembre. Ayuden a sacar a Gabrielle Giffords del Congreso. Disparen una M16 automática con Jesse Kelly”. La oficina de Giffords se había convertido en un sitio de congregación para la gente del Tea Party. Hasta un comisario de Arizona podía darse cuenta de los riesgos: “Tenemos a candidatos políticos que dicen, ‘Si no podemos resolver estos problemas debemos considerar la Segunda Enmienda como la solución’. A mi juicio, este tipo de declaraciones son totalmente irresponsables y traen consecuencias.” La segunda enmienda de la constitución norteamericana habla del derecho a portar armas de fuego.
El entusiasmo inspirador que dejó la elección de Obama se convirtió primero en desilusión y luego en hojarasca perfecta para los pirómanos. Lo que hace dos años era una lección democrática, ayer era una inspiración para los extremistas y los trastornados. Pero no puede haber combate de más de 12 rounds y Estados Unidos parece haber llegado al límite del odio y el sectarismo. Un joven enloquecido dio el campanazo definitivo y es posible que de nuevo la iniciativa sea para los silenciosos y reflexivos. Obama fue elogiado por primera vez en dos años por los Republicanos por su discurso luego del atentado, que no fue más que un silencio y una negativa a buscar culpables en las toldas de sus rivales más enconados.
Entre nosotros hasta el mismísimo Hugo Chávez, genio de la discordia y el insulto, un bocaza que ha logrado que en su país se incendien por igual las haciendas y las oficinas encargadas de expropiarlas, salió esta semana a hablar de diálogo y concertación. Es imposible creerle pero hasta él mismo sabe que es necesario tomar aire luego de cada asalto y que los espectadores también se cansan de gritar por sus preferidos.
En nuestra casa el presidente Juan Manuel Santos también parece haber notado que el público estaba aburrido de alentar al guapo del barrio. Uribe peleó con periodistas, magistrados, presidentes, parlamentarios, fotógrafos de tercera, caminantes de primera, candidatos presidenciales, defensores de derechos humanos y demás. Señalar era su gesto más común, acusar era su vicio irreprimible. Santos, sin dar ninguna pelea por encima, apenas disputando su round de estudio, bailoteando alrededor de los problemas, ha logrado un clima político distinto y nos recuerda que con la cintura también se pueden ganar combates. Quizá con menos estragos.

martes, 11 de enero de 2011

Las puertas del paraíso





Yiyun Li es un inesperado descubrimiento, una especie de Susan Boyle de la literatura, guardadas todas las proporciones. La escritora china llegó a las letras en medio de un taller literario al que acudió para despejar su cabeza en los días finales de sus estudios de medicina. Hacía unos años había dejado China al igual que muchos de sus compañeros de universidad en Pekín: “En la era posterior a Tiananmen, el sueño de la democracia estaba rebasado, y las preocupaciones más inmediatas del bienestar personal habían tomado su lugar. Fue un triunfo para el gobierno también. Los integrantes de una generación joven se habían convertido en migrantes o en colaboradores.” Ya en Estados Unidos, en la universidad Iowa, uno de sus cuentos dejó asustado al profesor y muy pronto Lí estaba convertida en una cuentista destacada a la que por supuesto los reseñistas comparaban con Chéjov.
En los días muertos de enero terminé su primera novela, The vagrants, escrita en inglés y traducida al español como Las puertas del paraíso. La historia transcurre en un pueblo menor que comienza a disfrutar un tibio apogeo industrial. Los personajes, niños y ancianos en su mayoría, viven las dificultades y las sorpresas que uno imagina para una tribu de cazadores-recolectores. Todo el tiempo un ir y venir de granos y especias, de confites y ramas secas que es necesario guardar con celo; y por todas partes bolsillos falsos, cuencos ocultos y cajones dobles. Por encima de todo está la voz del partido comunista, sus noticias, sus canciones, los susurros que provocan las tensiones políticas, las miradas marciales de los maestros, el recelo de los vecinos.
La novela está llena de traiciones. Los niños sin darse cuenta delatan a sus padres, los padres condenan a sus hijos para protegerlos, los esposos se distancian dependiendo de que tan cerca estén del imán inevitable del partido: “Empezó un tiempo de cambio, pero era difícil confiar en los vecinos. Mi historia se inspira en la ejecución de dos mujeres de forma consecutiva que perdieron su vida por manifestar sus diferencias con el régimen comunista. Quería mostrar el comportamiento del ser humano en situaciones límite. Los susurros pueden asfixiarte”. Todo transcurre en un momento de incertidumbres luego de la muerte de Mao. Las facciones dentro del partido están en un pulso indescifrable y silencioso, algunos jóvenes sienten que es hora de hablar, algunos jefes comunistas piensan que es hora de apretar.
Fue inevitable pensar en Cuba. En la guardería Amiguitos de Martí, en los consejos de las señoras a los más jóvenes en medio de un camión convertido en bus para no hablar más de la cuenta, en los Comités de Defensa de la Revolución que sospechan desde casas de puertas y ventanas cerradas. El gobierno de Raúl Castro sacará de aquí a marzo a 500.000 trabajadores estatales para salvar a la isla del abismo según sus propias palabras. Las oficinas públicas cubanas son desde comienzos de este año un reino para las desconfianzas, las intrigas y el miedo. Al final todo se resolverá según las mezquindades personales. Lo dice claro un personaje de la novela de Yiyun Li, un viejo maestro desahuciado por contrarrevolucionarios y comunistas: “…no es la fuerza revolucionaria lo que impulsa la historia, sino el deseo de la gente de subirse en la giba del vecino y cagarse y mearse donde a uno le dé la gana”.

martes, 4 de enero de 2011

Un milagro imposible





Un año después del terremoto en Haití el palacio presidencial en Puerto Príncipe sigue tirado en el suelo, como una canasta de huevos que algún descuidado dejó caer. Lo rodea una malla de protección con propaganda política de las recientes elecciones de noviembre, una más de las calamidades que cayeron sobre el país en el 2010. Haití está todavía en ruinas, según los cálculos apenas se ha recogido el 5% de los escombros y uno de los candidatos propone que se nombre un zar para la limpieza de las ciudades, ya sabemos que es la denominación que se le entrega al encargado de las tareas imposibles. Aun hay más de un millón de personas viviendo en campamentos, el cólera ha dejado más de 3000 muertos, la política parece encaminarse a la violencia y hay cuatro extranjeros encargados de definir el resultado de la primera vuelta presidencial.
Luego del terremoto parecía que la solidaridad internacional podría lograr un milagro en el país que Graham Greene llamó república de pesadilla. Una cumbre en Nueva York comprometió recursos por cerca de 6.000 millones de dólares para armar un nuevo Haití en un plazo de dos años. Bill Clinton y el primer ministro haitiano serían los encargados de liderar los esfuerzos. Sean Peen se fue a vivir a una carpa en Puerto Príncipe y hasta Lionel Messi pasó por los campos de refugiados. Seis meses más tarde Clinton estaba haciendo de chepito internacional para que los países donantes “honraran sus compromisos, y los honraran de forma oportuna”. Hasta hace dos meses los aportes norteamericanos estaban estancados por zancadillas entre congresistas republicanos. Aunque no lo crean Colombia estuvo siempre entre los cinco países que cumplieron sus compromisos en el plazo previsto.
Pero el reto en Haití no es solo cuestión de escombros y buenas intenciones. Hace un año Ricardo Seitenfus, el ex representante especial de la OEA en el país, resumió en una frase el tamaño de la tarea: “No hay precedentes. Hay que inventar un Estado y hacer que los haitianos se responsabilicen de su país. Es muy fácil para ellos pedir, pedir y pedir porque siempre hay gente que trae cosas”. Seitenfus acaba de ser removido de su cargo por unas polémicas declaraciones sobre el papel de la ONU y su obsesión por llevar soldados a un país derruido: “En vez de hacer un balance, se enviaron aún más soldados. Hay que construir carreteras, elevar presas, participar en la organización del Estado, en el sistema judicial. La ONU dice que no tiene mandato para ello. Su mandato en Haití es mantener la paz del cementerio.”
En el balance de Seitenfus no solo la ONU sale mal librada. El trabajo de más de 10.000 ONGs que han convertido a Haití en su centro de tareas, formación y experimentos parece ser parte de la solución de urgencia y la epidemia permanente: “Existe una relación maléfica o perversa entre la fuerza de las ONGs y la debilidad del Estado haitiano. Algunas ONGs sólo existen debido a la desdicha haitiana.” Las ONGs hacen su trabajo con la ayuda de su país de origen y pasan por encima del inexistente Estado haitiano. Incluso la corrupción ha pasado de las oficinas públicas a las organizaciones no gubernamentales, cada político haitiano regenta al menos dos. Haití ha tenido 6 intervenciones extranjeras en los últimos 20 años y se ha convertido en una especie de protectorado al que el mundo le lleva sus ayudas y sus males, desde el cólera hasta los vicios inevitables de la mirada paternal y conmiserativa.