El programa de gobierno de Gustavo Petro hablaba de “limpiar la política”, era su promesa para enfrentar a Rodolfo Hernández y los 7 principios y 10 mandamientos de su Liga Anticorrupción. En una entrevista a CNN como presidente electo, Petro dijo que una de las primeras cosas que haría en la Casa de Nariño sería “la creación de comisión de investigación independiente, que trabaje junto a la Fiscalía del país”. El objetivo sería combatir la “corrupción más protuberante que hemos tenido en los últimos tiempos”. Durante su posesión habló de un gobierno con “cero tolerancia” con los corruptos: “Ni familia, ni amigos, ni compañeros, ni colaboradores…nadie queda excluido del peso de la Ley, del compromiso contra la corrupción y de mi determinación para luchar contra ella”.
Esos propósitos no envejecieron bien. Tal vez el primer escándalo del gobierno vino de la mano Juan Fernando Petro, su hermano, que buscando resaltar la importancia de su papel en la elección soltó una perla: “Nosotros vimos que, entre el Norte de Santander, entre el Urabá antioqueño, entre el Magdalena Medio, Gustavo obtuvo un millón y pico de votos que no tenía antes. Ahora, si te das cuenta, con ese millón y pico de votos fue que ganó”. El presidente salió a desmentir a su hermano que cayó en desgracia en solo siete meses de gobierno.
Luego vino su hijo Nicolás. En su caso se trató más de codicia, como diría su papá, que de alardes. Recogía aportes políticos que usaba como cuota inicial para su casa, tenía ventanilla siniestra para la generosidad del ‘Turco’ Hilsaca y ‘El Hombre Marlboro’. Luego de la familia aparecieron los líos con su gente más cercana. Laura Sarabia y sus atribuciones para encontrar “la verdad”, el polígrafo a Marelbys Meza dejó ver un lado oscuro de sótanos que recordaba gobiernos pasados. Por esa puerta entró Benedetti y su furia borrascosa: insultos, acusaciones, reclamos, advertencias y confesiones, todo en un lenguaje “informal”. Sus gritos parecían confirmar las dudas sobre alguna plata que entró a la campaña presidencial. Euclides Torres se volvió un hombre famoso, además de bendecido y afortunado. Luego de su protagonismo electoral en la Costa Caribe, recibió un contrato de 180.000 millones por parte Fondo de Energías No Convencionales y Gestión Eficiente de Energía (FENOGE), el solo nombre de la entidad ya deja dudas.
Faltaba lo peor en otra sigla impronunciable: UNGRD. Se tomaron riesgos y llegó el desastre. El gobierno no cambió los tradicionales métodos para la gobernabilidad y terminaron enredados sus ministros de hacienda y gobierno, y funcionarios cercanos están en la cárcel, y presidentes de senado y cámara presos y Carlos Ramón González, amigo íntimo, prófugo. Ecopetrol también ha dejado huellas, tanto que esta misma semana Petro le dijo a Ricardo Roa, exgerente de su campaña, que actuara en el posible caso de enriquecimiento ilícito de un vicepresidente de la petrolera.
Ya en la mitad de su periodo, el presidente reconocía su derrota: “A este gobierno lo permeó también la corrupción. ¿Cómo gobiernos progresistas terminan permeados por un cáncer que es la corrupción y terminan por no cumplir sus objetivos?” Pero no era del todo un mea culpa, la idea es vender el robo como una herencia histórica e institucional, algo asó como: “No es que seamos corruptos, es que el régimen político tiene esa inercia que nos arrastró”.
Ahora asoma la Dirección Nacional de Inteligencia como brazo gubernamental de grupos armados y la UIAF como policía política. El gobierno Petro a pesar de su elevado discurso lleno de nuevos amaneceres para la especie, ha sido humano demasiado humano. El libreto luego de los escándalos es muy viejo, “han traicionado nuestra confianza”.
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