jueves, 20 de septiembre de 2007

Moravia




Los dos morros bajos, separados por un arrume de laberintos y una quebrada, hacen parte de un extraño recodo, una pequeña anomalía geográfica que rompe las líneas calculadas que intentan las ciudades. Un nudo visto entre los hilos de cotas y calles que entregan los mapas. Hace algo más de 40 años el paisaje era bien distinto: un cerro bajo y un descampado junto al río, una promesa para quienes cambiaban el campo por El Bosque: nombre de la estación de tren que daba la bienvenida a la ciudad. La pared del rancho fundador servía de cuota inicial al segundo rancho, de apoyo necesario, y las piedras y el cascajo en la orilla del río daban trabajo desde la primera mañana.
Después el botín rancio de las basuras levantó el segundo morro y alentó el revoloteo de las carretillas y la señal de un humo negro sobre la cabeza de los moravitas. Más tarde la Terminal de buses y la plaza Minorista le entregaron nuevos atractivos a lo que ya era un barrio, un panal deslucido que despertaba recelos. Las aglomeraciones de pobreza son iguales en todas las ciudades, desde la Londres de Dickens hasta la Bombay de Naipaul: “Pasamos junto a bloques de pisos, enmohecidos y mugrientos; ciénagas, desagües; pedazos de tierra pardusca; polvo, niños, y por todas partes, las chabolas y los chamizos contiguos con techo de harapos…oleadas de seres humanos que invadían Bombay sin cesar…” Si cambiáramos Bombay por Medellín, Naipaul serviría de cronista de nuestra aldea.
Muy pronto Moravia se convirtió en un embudo interesante, una fortaleza que daba vueltas sobre sí misma, amurallada por basuras como ciertas ciudadelas imaginarias de Calvino. Allí estaban, un poco desarregladas, un poco raídas, todas las promesas y todas las desdichas de la ciudad. No era necesario cruzar sus fronteras. Moravia era una maquinita hechiza. Funcionaba con sus engranajes toscos, sus tiendas y sus areperías, sus pillos y sus líderes, sus talleres y sus galpones de cartón; eso la hizo tan propensa a los cortos circuitos, a los incendios de todo tipo. El bando de un morro se enfrentaba al bando del otro, bajo los motivos ineludibles del azar, las pequeñas codicias y las variadas escuelas de gatillo.
Pero eso no la hacía menos atractiva: Moravia seguía siendo un extraño tesoro. Los lotes podridos y los ranchos inclinados se anhelaban, aparecían en los sueños, se disputaban con ofertas o extorsiones. La Bombay de Naipaul nos sirve de nuevo para apreciar el valor de los ranchos que compadecemos a la distancia: “En un callejón de clase obrera cerca de la estación del ferrocarril -detrás de los tenderetes de vivos colores, unos de fruta, otros de relojes baratos, otros de fruslerías para las mañanas de domingo, brillantes objetos de feria-, un simple apartamento podía costar doscientas cincuenta mil rupias, o sea diez mil libras.”
Ahora se ha logrado convencer a más de 3000 familias para que se olviden de su dudosa joya. Para que cambien su morro amontonado por una verdadera montaña a todo el frente, en el occidente de nuestras laderas. No fue fácil. Toda tierra resulta entrañable después de unos años. Y Moravia tenía la ventaja de ser un pequeño reino autosuficiente: peligroso, sucio, atiborrado… Pero tan acogedor como las opciones únicas. Quienes ya están viviendo en La Huerta, en la montaña al occidente, miran su morro viejo con nostalgia, buscan el bus que los lleva hasta la orilla del antiguo basurero, visitan a sus vecinos y cuentan sus historias como si vivieran en un país lejano. Se podría hablar de un exilio feliz. Unos banderines de lata en lo alto del Morro de basuras, donde antes estaban los ranchos, sirven de estandarte a la antigua fortaleza.

4 comentarios:

lewis dijo...

me parece que la joya de los moraviatas no es tan dudosa ya que nadie mas que ellos saben lo que tienen.

Viven en una montaña de basura si, pero una montaña de basura que hoy es geograficamente es de las mejores zonas de medellin ya que cuantan con 2 estaciones de metro, acceso al mejor aire de la ciudad, tienen (tenian) el centro a 5 minutos a pie, los parques mas grandes, y el calor que hace en el valle nada de esa nubladez de las laderas de las montañas sin importar el estrato.
Si to viviese en moravia me tendrian que comprar con algo mas que una casa en un monte lejano y un metrocable.

Pascual Gaviria dijo...

Lewis es cierto que todos los habitantes de Moravia coinciden en la ubicación privilegiada de su morro. A 10 minutos del centro caminando, cercano al trabajo de muchos en la minosrista, con estación de metro a pie de loma...
Sin embargo Moravia no es ningún Edén, o mejor, ningún Oasis. Por ejemplo, el índice de espacio público por habitante es de 0.37 M2, lo que da una idea del hacinamiento en que viven los 40.000 Moravitas. Y si viven unos encima de otros en el Barrio, en los ranchos la cosa no es muy distinta. Muchas de las casas son de un sólo cuarto y el promedio es de 4.8 habitantes por cada una. Para muchos el cambio de vivienda implicará un cambio de vida: rutinas, costumbres, trabajo... y no es fácil dar ese brinco; pero estoy seguro que el monte lejano del que hablás con cierto desdén es la posibilidad de romper un círculo de miseria y exclusión que se perpetuaba en Moravia. Sería bueno preguntarles a los niños que están creciendo en La Aurora y La huerta si les gustaría volver a vivir al Morro.

jennygiraldo dijo...

Pascual, he sido comunicadora del proyecto Moravia, trabajo del lado de la Alcaldía, y debo confesar lo triste que es ver que los niños de La Aurora y La Huerta, y sus familiares, a veces quisieran regresar a El Morro ¿Qué extrañan? El ruido, el ambiente de pueblo, la música "a todo taco", el movimiento de las calles. Es un cambio cultural muy, muy difícil. ¿Sabías que dentro de uno de los micro apartamentos (porque todo hay que decirlo) de La Huerta hay una mesa de billar? El reasentamiento no es la panacea, pero es un paso.
El calor que hace en Moravia es mayor que el de todo el Valle de Aburrá, es el barrio más caliente que conozco. Mi teoría: el hacinamiento y la cantidad de población negra, que sin duda alguna guardan muchísimo calor en sus cuerpos. Esa teoría se la sumo a la realidad: El Morro es caliente porque es una bomba de tiempo, porque los gases circulan y son peligrosos y calientan la tierra y calientan el aire y calientan los cuerpos, (de ahí la cantidad de niños y niños y niños...)Y aunque el cambio es difícil y hay situaciones que rayan en lo absurdo, pequeños pasitos han mostrado que la transformación de pensamiento es posible. Creo que la mejor manera de romper el círculo de miseria es propiciar que estas personas dejen de pensar como pobres para comenzar a sumirse como ciudadanos.

Anónimo dijo...

mejor aire de la ciudad???
y que hay de los gases tóxicos expedidos por el cerro de desperdicios??
estas personas necesitan urgentemente ser reubicados.