También Mutis tuvo sus andanzas de desplazado como cualquier agricultor de
provincia, siendo en cambio un heredero de haciendas -El cedral, Coello,
Cañaveral, El paraíso- recién desembarcado de los espejismos de Bruselas. El
primer desplazamiento llegó con la muerte de su papá cuando tenía apenas siete
años: “Por primera vez pensé en la muerte, y comprendí que algún día me
llegaría la hora. Tal vez ahí comencé a morirme yo también”. No había manera de
mantener el sueño europeo y su mamá se lo dijo muy claro, para que no le
quedaran dudas en las páginas del pasaporte: “Esto se acabó. Es mejor que
piense de una vez por todas que acá no vamos a volver a vivir”.
En los recuerdos de su último viaje en barco desde Europa, ese recorrido
que fue su fascinación hasta los nueve años, donde intentaba sentirse como esos
“gavieros a los que dejó atrás el radar de las embarcaciones modernas”, se
retrata algo de la sensibilidad y los gustos del escritor que velaba su
biblioteca con un retrato del Rey de España. Mutis recuerda la escala en La
Habana y las grandes casas blancas de los comerciantes españoles. Todavía
quedaba algo del reino que acababa de abandonar. En su puerto de arribo a
Colombia todo era extrañeza y desagrado. “La llegada a Buenaventura era
terrible. Esa ciudad lacustre, donde hacía un calor húmedo espantoso, era uno
de los sitios más horribles del mundo”.
Solo subiendo hacia las fincas cafeteras, muy cerca del alto de La Línea,
volvía a encontrar una tierra prometida. Por eso la creciente del río Coello es
el rumor de su primer poema publicado. Su madre debió encargarse de la finca y
Mutis encontró el primer trabajo de su vida siguiendo un cable de teléfono.
Alguien había cortado la línea de once kilómetros que mantenía conectada a la
hacienda con Ibagué y las fincas vecinas. El joven Mutis decidió ser útil y se
hizo capataz de una pequeña cuadrilla que recorría monte para amarrar ese hilo
cortado: “Fue una experiencia maravillosa porque, por fin, pude palpar esa
tierra que me había cautivado, porque pude comprobar que más allá de las
lecturas que me obsesionaban yo servía para algo… Escribir, para mí, siempre ha
sido como tender esa línea. Jamás escribo con un plan previo. Siempre estoy
abriéndome paso en el papel, como entonces me abría paso entre los matorrales.”
Al final la violencia partidista sacó a la familia de Coello. Mutis dice
que siempre tuvo la sospecha de que uno de los agregados llevó a la “guerrilla”
para forzar a su madre a entregar la tierra por cualquier precio. Tal vez ese
exilio fuera necesario para idealizar un paisaje y gastar buena parte de la
memoria personal en recordar las minas, los grandes aguaceros, las caídas de
agua, las matas de plátano. Mutis volvió a Coello a llevar las cenizas de su
hermano Leopoldo. Un pacto de jóvenes decía que las cenizas de ambos debían ser
arrastradas por las aguas del río Coello: “En un acto sencillo -casi diría yo
un ritual íntimo- vi como regresaba Leopoldo a esa tierra donde quedaron
sentadas las bases de una complicidad que nos mantuvo unidos hasta el último
segundo de su vida. Allí estuve con mi hijo Santiago, y le expliqué lo que tiene
que hacer con mis cenizas el día que me vaya de este mundo”. Todavía la falta
un viaje a Álvaro Mutis.
*Todas las citas son
tomadas de El reino que estaba para mí,
libro de conversaciones con Álvaro Mutis escrito por Fernando Quiroz hace 20
años.
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